
No había artista tan artista como Magda. El arte, en ella, era natural, espontáneo, respirable. No tuvo necesidad de la pose, porque el arte era en ella. Magda nació artista cuando los pintores vestían traje y corbata y tenían necesidad de conocer técnicas de marketing, por estudio o intuición. Su rebelión contra ese establishment, que implicaba un imprescindible pasaje por el compromiso social, le costo cara. En una época cuando ser rebelde estaba de moda, ella se rebeló contra esa moda. Era rebelde a la enésima potencia.
Magda era una sensibilidad en carne viva. Detestaba con toda su alma lo ramplón, lo vulgar y lo mediocre. Sabía que su pintura no era así. Para Magda la estética era lo primero en todo.
No había teoría que resistiese delante del genio natural de Magda, cuyo trazo en el dibujo era límpido, lleno de pureza y levedad. Era también perfecto, sin exagerar. Magda hacía pilas de bocetos, un dibujo tras otro, un dibujo tras otro, un dibujo tras otro, bocetos maravillosos que luego rechazaba por imperfectos, hasta lograr lo que andaba buscando. Mañanas enteras, tardes enteras dibujando, siempre a la búsqueda de una originalidad de la cual estaba orgullosa. Y esto es en verdad. Magda poseía el envidiable don del estilo. Al ver un cuadro suyo, no se podía menos que pensar «esto es de Magda Eunice».
Los rostros de hombres y mujeres de Magda Eunice Sánchez evocan una mirada de asombro ante el mundo. Muchos de ellos poseen esos ojos grandes, como los mismos ojos de Magda Eunice, nunca entrecerrados en la fisura del cálculo, siempre extremadamente abiertos con la expresión de quién está descubriendo, en ese momento, al mundo mago.
Ver un dibujo, una pintura o una escultura de Magda Eunice nos regala una felicidad que no podemos explicar.
Cuando era niña, Magda Eunice dibujaba sin cesar. Dibujaba rostros, personajes, todo lo que veía y era parte de su mundo infantil. Las palomas que se posaban en los tejados, los gatos, los caballos. Todo aquello que despertaba maravilla a su viva sensibilidad.
Siempre dibujó, y cuando creció, pasó a la pintura con óleo, que es un poco más complicada. Y luego a otras técnicas más difíciles. Siempre andaba con las manos manchadas de pintura, porque sus manos eran los pinceles con que llenaba de colores su imaginación.
Le gustaba su nombre. Entonces lo dibujó en un círculo: el círculo del eterno universo, el círculo de la unidad y la diversidad, el círculo de la perfección interior. El círculo crea un mundo. El círculo cierra un mundo.
Magda Eunice tenía su alma llena de objetos hermosos. Algunos de ellos los pintaba. otros los dibujaba. Otros los volvía esculturas. Porque era una artista, y el artista añade belleza a la belleza del mundo.
Fragmentos de «Magda Eunice, artista sin defecto» por Dante Liano.
Guatemala, julio de 2022