Sin prisa recorrió el estrecho túnel, un tanto frío, pero curiosamente iluminado. Cuando se aproximaba a la salida, los incandescentes rayos de sol que penetraban desde la boca del túnel nublaron la vista de Alberto por algunos segundos.
Al salir de él, siguió por un sendero estrecho en línea recta hasta la cima de una pequeña colina. Desde ahí contempló un hermoso bosque con árboles de troncos generosos, adornado por muchas flores; era primavera, también pudo observar al margen del bosque una pequeña construcción -seguramente es un refugio-, pensó, que despertó su curiosidad.
Mientras inspiraba y expiraba profundamente con placer imaginaba que ese era el lugar perfecto donde le gustaría envejecer: tranquilo, solitario, silencioso, rodeado de aire puro con mucha naturaleza y, sobre todo, despoblado, sin gente.

Sí, sin gente, a sus treinta y dos años él había desarrollado una especie de alergia o fobia al género humano. La cadena larga y sucesiva de desilusiones eran la causa de su aislamiento. Con nadie se encontraba más a gusto que consigo mismo; a excepción de los animales a los que amaba profundamente y con los que solía tener una conexión especial.
Decidió descender la colina para llegar al refugio. Por primera vez, desde que tenía uso de razón, Alberto no experimentaba dolor físico y eso era una razón más para sentirse pleno. Él sufría de una malformación en su columna que desde niño le producía dolor y molestia permanente. Que pudiera caminar era un verdadero milagro en su vida, habían concluido los médicos que hicieron el diagnóstico.
-Este lugar es definitivamente mágico.
Al llegar abajo pudo finalmente ver la construcción de madera antigua, el típico refugio de montaña. Cuando se aproximaba a la puerta principal vio que el interior estaba iluminado, tanto, que encandiló sus ojos los cuales cubrió con la palma de sus manos.
Entró despacio y con precaución. La sala del recinto estaba llena de personas; ninguna le resultaba conocida. Todas las miradas estaban puestas en él, todos le sonreían, él también les sonrió. Se sintió tranquilo, confiado.
Quiso hablar, pero ni una palabra podía salir de sus labios. Quiso avanzar y algo se lo impedía; estaba paralizado. En ese instante una de las personas con una sonrisa dulce hizo un gesto de negación.
Alberto sentía una fuerza que lo empujaba hacia el exterior, él se resistía; ese espacio lo sentía su hogar, su casa. No quería irse de allí. Casi instantáneamente, una intensa luz blanca invadió el lugar. No podía ver nada, segundos más tarde ya la casa estaba vacía, pero, ¿cómo? ¿Dónde estaban todos?
Aquella fuerza inexplicable aumentaba cada vez más, mientras continuaba paralizado sin poder moverse. Lo empujaba hacia el exterior del recinto, cada vez más fuerte, más fuerte, más fuerte. Sintió un sacudón en su cuerpo.
Escuchó voces cada vez menos lejanas, se sentía aturdido.
-Lo tenemos, lo tenemos…
Alberto abrió ligeramente los ojos; aun con la vista nublada observó al paramédico que lo asistía en la ambulancia, bajó ligeramente la cabeza y pudo observar como un delgado hilo de plata salía desde su abdomen, podía atravesar el vehículo y desde la pequeña ventanilla pudo apreciar que el hilo continuaba en dirección ascendente.
-Me escucha, me escucha, no cierre los ojos, manténgase aquí despierto, conmigo…
Alberto no recordaba en ese momento nada del terrible accidente que había sufrido escasos minutos atrás: un choque frontal con un autobús en una curva en horas de la noche. Se dirigía a ver una propiedad que deseaba comprar para mudarse en una zona de montaña. En su confusión volvió a cerrar -voluntariamente- sus ojos, quería irse, desconectarse, volver a esa dimensión mágica nunca antes vista, respirada, sentida. Ese espacio que inexplicablemente sentía era su casa, su hogar. Nunca había experimentado tanta paz y tranquilidad en su vida como en ese pequeño refugio.
El dolor físico invadía nuevamente su cuerpo, ese que lo acompañaba desde que era un niño y que solo había dejado de sentir en esa otra dimensión que había experimentado. Con los ojos cerrados, con su impotencia y su nostalgia, escuchó con más nitidez las voces.
-Lo tenemos de vuelta…
Alberto había ido y regresado de un sitio al que deseaba con todas sus fuerzas volver. En aquella ambulancia en medio de la tribulación de los paramédicos y el sonido de los aparatos él solo deseaba abandonarse a esa experiencia y regresar al refugio.
Abrió nuevamente sus ojos, miró hacia su abdomen, el hilo ya había desaparecido.
Estaba de vuelta a la vida, una segunda oportunidad, una opción que en ese momento no contemplaba, no pedía, no deseaba.
En el hospital, luego de un par de días en cuidados intensivos lo trasladaron a la habitación que paradójicamente le correspondió compartir con una religiosa; una de las monjas que viajaba en el autobús con el que chocó. Ella solo estuvo una semana, él alrededor de un mes. Cuando ambos ya se sentían mejor la religiosa le dijo:
-Los médicos dicen que usted volvió a nacer el día del accidente, que estaba prácticamente muerto y es casi un milagro que esté con vida. Le fue dada una segunda oportunidad, vivir de nuevo.
-Vivir de nuevo, repitió en su mente. ¿Cómo continuar con lo que ya sabía y había experimentado? ¿Cómo vivir de nuevo? La vida y la muerte tenían ahora una dimensión distinta.
Volver ¿era un regalo? ¿un privilegio?

Narsa A. Silva Villanueva (Caracas, Venezuela 1972)
Facebook: Narsa Silva Villanueva
Twitter:… @NarsaSilva
Hermosa narrativa que hilvana el desierto que viven muchos o todos, hostigados por carencias que queman ilusiones para vivir plenos en la felicidad bien entendida. Vivir de nuevo, es querer vivir libre, sin pasados espantados, sin reservas al que dirán; los prejuicios que sellan la oportunidad para entender que la vida es un sube y baja y no pasa nada. Sólo eso. Hoy eres feliz y mañana, que no ha llegado, sientes que el mundo no quiere verte. Fascinante y alentador para el que ama la buena escritura y no cuelga los guantes aunque esté a un paso de la sepultura. Enhorabuena, celebro el relato!
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