¿Ser feliz o tener la razón?

Una pareja atraviesa un momento afortunado, él obtiene una tentadora oferta de trabajo que representa un cambio maravilloso de sus condiciones económicas. El futuro empleador lo invita a cenar a un restaurant y le pide que vaya acompañado de su esposa. Llega el día de la cita. Él le pide a ella que busque en google la dirección del restaurant, se arreglan y salen en su vehículo. Conectan el GPS que empieza a dar indicaciones. Toman una vía incorrecta, ella se percata del error y le dice: cruza en esta calle, él responde, no, en esta calle no es. Ella decide callar, sabe que van en la dirección equivocada. Continúan, el navegador les indica que tienen que dar la vuelta y regresar porque van por la vía equivocada. Finalmente llegan al restaurant, cenan en la máxima tranquilidad, el cierra el trato de su nuevo cargo de trabajo. Salen felices del encuentro. Cuando van de regreso a su casa por la misma vía el esposo pregunta:

-¿Por qué si tu sabías que había que cruzar en esta calle, no me lo dijiste?, luego no insististe cuando yo te dije que no.

Ella responde:

-Porque yo pensé que si insistía eso iba a terminar en un conflicto entre nosotros. Que te ibas a poner de mal humor y cuando llegaras a tu reunión  tu actitud no sería la misma,  y yo me hice la pregunta, ¿qué es más importante, ser feliz o tener la razón?”.

Esta historia de la vida real entre una pareja que narra la psicólogo clínico, Luciamelia García, es el abreboca de nuestra entrevista en la cual conversamos sobre los puntos clave de aprendizaje durante este periodo de cuarentena a consecuencia de la epidemia COVID-19.

“La interrogante final que hizo la esposa es clave: qué es más importante, ser feliz o tener la razón?  Y dicha interrogante puede trasladarse a la situación que muchas personas han vivido durante el proceso de cuarentena: parejas, padres e hijos, compañeros de vivienda. En muchísimas ocasiones las personas se desgastan en hacer ver al otro que tienen la razón, no se escuchan asertivamente, no dialogan, discuten y esto produce en desgaste emocional y empeoramiento en las relaciones”, afirma la especialista.

Explica que indudablemente  la situación generada por  la pandemia del coronavirus ha significado un receso, “la vida nos dio una pausa”;  a muchos les ha tocado transitarla en soledad, lo cual ha implicado tiempo y espacio para la  observación, la reflexión, la aceptación y el manejo de los aspectos emocionales como el miedo y la incertidumbre; a otros les tocó en pareja: para algunos ha representado la oportunidad para mejorar su relación, renovar el compromiso;  para aquéllas  que estaban atravesando un período de crisis y se planteaban la posibilidad de una posible separación ha sido una oportunidad para reencontrarse, redescubrirse, reconciliarse; para otros, ha sido la confirmación del fin de su relación. A muchos les tocó compartir en familia, padres e hijos y para los que tienen niños pequeños ha supuesto la renovación de los juegos en familia, leer y contar cuentos, tener un tiempo precioso para compartir que antes el trabajo fuera de casa no lo permitía.

Independientemente de la situación en la que cada uno lo haya pasado: solo, con la pareja, con los hijos, con compañeros de trabajo por un viaje laboral, separados de la pareja por trabajo, de vacaciones y quedaron atrapados en otro lugar, esto ha supuesto la convivencia por mayor número de horas en una coyuntura no elegida, simplemente tocó vivirla. Ahora bien, ¿cómo se ha vivido esa pausa?:  ¿desde la armonía y la sana convivencia?,  ¿desde el conflicto?, ¿desde el empecinamiento en ser dueños absolutos de la verdad y la razón?.

Compartir en un mismo espacio veinticuatro horas al día por siete días a la semana en una situación de encierro no elegido pone sobre la mesa muchos elementos. En términos generales, ha supuesto reencuadrar los términos de la convivencia en aras del respeto, el reconocimiento, la aceptación, la flexibilidad, la elasticidad, el manejo de aspectos emocionales: miedo, tristeza, ansiedad, incertidumbre, rabia, amor, y un punto fundamental para una sana convivencia como lo es la comunicación.

La especialista pone el acento en la comunicación y describe que existen ocho puntos básicos que intervienen en el proceso de comunicación, éstos son: la agresión, la comparación, la descalificación, las etiquetas, los prejuicios, los juicios y las declaraciones, como veremos a continuación.

Separar el mensajero del mensaje

En cualquier proceso de comunicación: emisor, receptor y mensaje es fundamental, destaca la especialista, “separar el mensajero del mensaje. Para crear relaciones sanas es importante separar lo que siento, respecto a cómo me siento. Debemos verbalizar nuestros estados emocionales: decir, siento rabia, siento miedo, siento alegría, siento tristeza y es fundamental reaprender a hablar; un término que a muchos no les gusta escuchar, pero es una realidad. Cuando una persona hace una afirmación o nos comunica algo no debemos quedarnos con la duda si no alcanzamos a comprender lo que nos dice, y menos aún, no debemos  pensar por esa persona. Es fundamental preguntar: ¿A qué te refieres exactamente?, ¿a qué te refieres con lo que estás diciendo. La invitación es a preguntar, aclarar, no quedarse con la duda, esto crea comunicaciones sanas y no proyectivos”.

Luciamelia Garcia explica los ocho puntos claves que afectan el proceso de la comunicación en cualquier contexto de relación:

-Agresión: no es lo que se  dice, sino cómo se dice: hay que tomar en cuenta el tono de voz, los gestos. En ocasiones el lenguaje del cuerpo es tan fuerte que elimina la palabra, describe. “Dejamos de escuchar lo que el otro nos dice y nos quedamos con lo que nos muestra a través del lenguaje corporal. Entonces, se crea o no una barrera de comunicación”.

-Comparación: las comparaciones son siempre odiosas; culturalmente se suele hacer en lo negativo como cultura. Al comparar se descalifica.

-Descalificación: es una herramienta utilizada para crear conflicto; interviene el  morbo, el chisme o cotilleo. Al descalificar a alguien se está activando la agresión. Ninguno de estos elementos viene separado. 

-Etiquetas: siempre hacen daño porque se etiqueta desde lo negativo: “eres bruto, eres gordo, eres malo”. 

-Prejuicios: es una opinión preconcebida. Van asociados a un evento y característica negativa que se le asigna a una persona.  “Por ejemplo: cuando alguien le manifiesta al otro “O tú eres muy hablador o no me escuchas. La pregunta básica es: ¿no es que tú no me escuchas,  es que yo no me estoy explicando correctamente para que tú me puedas escuchar?”.

Explica la especialista que una vez que el prejuicio está ahí es porque la persona es “sorda selectiva”. Es decir,  hay ciegos y sordos selectivos y no está relacionado con algún problema fisiológico, sino que la persona bloquea y selecciona lo que quiere mirar o escuchar. Hay personas que una vez que escuchan la etiqueta de parte del otro dejan de escuchar, automáticamente al sentirse descalificados y con un tono agresivo.

-Juicios: “cuando se hace un  juicio de valor no estamos activando la comunicación desde el amor”. Más que juzgar una persona, lo pregunta clave que se debe hacer es:  ¿cómo podemos ayudar a ese individuo a mejorar?.  Siempre se debe aportar una mejora, comenta.

-Declaraciones: son afirmaciones o negaciones, de cosas positivas o no, generalmente es mal utilizada para expresar negaciones absolutas. “Tú no sabes hacer eso. Tú no tienes las competencias para hacerlo”. En este caso, si la declaración no es afirmativa es mejor guárdasela en el bolsillo, afirma. Es pertinente quedarse callado cuando no se aporta ninguna herramienta a la persona para que mejore.

-Ser dueños absolutos de la razón: en un proceso de comunicación no va a haber ningún encuentro con el que se siente dueño absoluto de la verdad y de la razón, pues simplemente no escucha.

Señala que para mantener una comunicación y convivencia sana es vital reencuadrar los estados de ánimo, evitar  caer en el enfrentamiento, en la disputa, en la agresión, en el irrespeto. Es necesario ser flexibles. Precisamente sobre este último aspecto, la psicóloga comenta  que en este periodo que se ha pasado de encierro no elegido y en las etapas subsiguientes debemos activar cuatro liberaciones que la vida nos está regalando:

Liberate, no te sientas ofendido:  porque ninguno te ofende. La ofensa viene por la afectividad, cómo te sientes con lo que el otro te dice. En vez de sentirte ofendido pregunta ¿A qué te refieres exactamente con lo que estás diciendo?

Libérate de la necesidad de ganar: es el momento para unirnos en el amor y en el servicio, no es momento para competir con el otro.

Libérate de la necesidad de tener la razón: todas las personas que creen tener la razón se niegan a aprender,  y el vicio más grande que podemos tener en esta vida es estar abiertos a aprender. La vida es un continuo aprendizaje.

Libérate de la necesidad de sentirte superior: Todos somos iguales;  las diferencias son en sexo por género:  masculino o femenino, no existe otra diferencia. Somos iguales.

Respecto a la interrogante sobre cuál es el aprendizaje que nos deja la situación de la pandemia y la cuarentena como sociedad  la especialista  comenta que esta experiencia  deja la importancia del  valor de la solidaridad y el servicio.  “Como aprendizaje colectivo debe permanecer la importancia de la salud. Dependíamos de la salud, como individuos, como familia, como sociedad. Esto fue un evento de salud y el foco se centró en cómo preservar la salud de manera individual y como colectivo”.

Recalca la importancia de todos aquéllos que salieron diariamente a seguir cumpliendo con su trabajo. “Mucha gente arriesgó su salud, su vida y los de su entorno de convivencia: médicos, enfermeros, personal paramédico, personal de limpieza, transportistas, farmaceutas, personal recolector de basura, cajeros y empleados de supermercados, fundamentalmente. El mayor aprendizaje que debemos sacar es mantener los valores de la solidaridad, el respeto, el servicio, la consideración a los adultos mayores y ancianos. Debemos seguir manteniendo esos valores”.

La invitación es tomar el aprendizaje de lo vivido, seguir cultivando estos valores. “El encierro no fue un castigo”, afirma, significó una oportunidad de aprendizaje y debe verse como  una pausa y un receso  de amor para con uno mismo y con los que nos rodean.  

Es importante comunicar desde el respeto, la asertividad y el amor. Soltar la necesidad imperiosa de sentirse dueños de la verdad y plantearse la interrogante: qué es más importante ¿Ser feliz o tener la razón?

*Luciamelia García es educadora y psicóloga clínica. Fundadora y Directora del proyecto Escuela para Aprender a Ser Feliz. Conferencista.


Narsa Silva

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Narsa A. Silva Villanueva (Caracas, Venezuela 1972)

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