El paraíso de las damas

En el periodo navideño todos consumimos, tanto los que pueden como los que no pueden. Celebramos, regalamos, consumimos mucho más de lo sostenible, una nueva religión de la que resulta tan difícil apostatar. No fue siempre así.

Una de mis lecturas preferidas (siempre me gustaron las obras gigantescas) es el ciclo de los “Rougon-Macquart” de Émile Zola. Se trata de 20 novelas que, a través de la historia de dos familias durante cinco generaciones, describen con la minucia y el talento de Zola la sociedad moderna que se desarrolla durante el Segundo Imperio en Francia. Cada novela nos presenta aspectos del sufrimiento de la clase obrera y de los excesos de la burguesía. Algunas son muy famosas, como La Curée/La jauría, Le Ventre de Paris/El vientre de París, L’Assommoir/La taberna, Nana / Nana, Pot-Bouille/Miseria humana, Germinal  y La Bête humaine/La bestia humana.  

El Para’so de las Damas

Au Bonheur des dames/El paraíso de las damas, también muy famosa, nos hace asistir al nacimiento de la sociedad de consumo, del gran comercio y de los grandes almacenes. Zola nos describe las novedades de este nuevo mundo: los precios baratos, las rebajas, las ventas por comisión, la publicidad y el fin de la especialización en favor de una aturdidora mezcla y acumulación de mercancías.

El paraíso de las damas es también una historia de amor, la de Denise Baudu, una joven huérfana que llega a París desde provincias y empieza a trabajar en este gran almacén. Los principios son muy difíciles para la muchacha, pero su carácter sereno, su bondad y su honestidad van consiguiendo que, poco a poco, vaya ascendiendo en el complicado organigrama de la empresa. Paralelamente a la historia de Denise y de su familia, la novela nos narra el ascenso y el triunfo de Octavio Mouret, el propietario de los grandes almacenes y antagonista de la pobre muchacha. A diferencia de la mayoría de las novelas del ciclo de los Rougon-Macquart, el desenlace de la historia no acaba con la derrota de los humildes y de los bondadosos a manos de los egoístas y de los poderosos.

Os adjunto un extracto del capitulo II de la obra en castellano y en francés. Podéis admirar como portada un cuadro de James Tissot – La demoiselle de magasin, 1885 y para quedarnos en el atmósfera de fiesta de este periodo un extracto de la “Vie Parisienne de Jacques Offenbach ilustrado con imágenes de la época.

 Jean Claude Fonder

James Tissot – La demoiselle de magasin, 1885


Émile Zola. “Au Bonheur des Dames”.  Extrait du chapitre II

au-bonheur-des-dames-couverture

«…
Presque tous les mois, Bouthemont allait ainsi en fabrique, vivant des journées à Lyon, descendant dans les premiers hôtels, ayant l’ordre de traiter les fabricants à bourse ouverte. Il jouissait d’ailleurs d’une liberté absolue, il achetait comme bon lui semblait, pourvu que, chaque année, il augmentât dans une proportion fixée d’avance le chiffre d’affaires de son comptoir ; et c’était même sur cette augmentation qu’il touchait son tant pour cent d’intérêt. En somme, sa situation, au Bonheur des Dames, comme celle de tous les chefs, ses collègues, se trouvait être celle d’un commerçant spécial, dans un ensemble de commerces divers, une sorte de vaste cité du négoce.
– Alors, c’est décidé, reprit-il, nous la marquons cinq francs soixante… Vous savez que c’est à peine le prix d’achat.
– Oui ! oui, cinq francs soixante, dit vivement Mouret, et si j’étais seul, je la donnerais à perte.
Le chef de rayon eut un bon rire.
– Oh ! moi, je ne demande pas mieux… Ça va tripler la vente, et comme mon seul intérêt est d’arriver à de grosses recettes…
Mais Bourdoncle restait grave, les lèvres pincées. Lui, touchait son tant pour cent sur le bénéfice total, et son affaire n’était pas de baisser les prix. Justement, le contrôle qu’il exerçait consistait à surveiller la marque, pour que Bouthemont, cédant au seul désir d’accroître le chiffre de vente, ne vendît pas à trop petit gain. Du reste, il était repris par ses inquiétudes anciennes, devant des combinaisons de réclame qui lui échappaient. Il osa montrer sa répugnance, en disant :
– Si nous la donnons à cinq francs soixante, c’est comme si nous la donnions à perte, puisqu’il faudra prélever nos frais qui sont considérables… On la vendrait partout à sept francs.
Du coup, Mouret se fâcha. Il tapa de sa main ouverte sur la soie, il cria nerveusement:
– Mais je le sais, et c’est pourquoi je désire en faire cadeau à nos clientes… En vérité, mon cher, vous n’aurez jamais le sens de la femme. Comprenez donc qu’elles vont se l’arracher, cette soie !
– Sans doute, interrompit l’intéressé, qui s’entêtait, et plus elles se l’arracheront, plus nous perdrons.
– Nous perdrons quelques centimes sur l’article, je le veux bien. Après ? le beau malheur, si nous attirons toutes les femmes et si nous les tenons à notre merci, séduites, affolées devant l’entassement de nos marchandises, vidant leur porte-monnaie sans compter ! Le tout, mon cher, est de les allumer, et il faut pour cela un article qui flatte, qui fasse époque. Ensuite, vous pouvez vendre les autres articles aussi cher qu’ailleurs, elles croiront les payer chez vous meilleur marché. Par exemple, notre Cuir-d’Or, ce taffetas à sept francs cinquante, qui se vend partout ce prix, va passer également pour une occasion extraordinaire, et suffira à combler la perte du Paris-Bonheur… Vous verrez, vous verrez !
Il devenait éloquent.
– Comprenez-vous ! je veux que dans huit jours le Paris-Bonheur révolutionne la place. Il est notre coup de fortune, c’est lui qui va nous sauver et qui nous lancera. On ne parlera que de lui, la lisière bleu et argent sera connue d’un bout de la France à l’autre… Et vous entendrez la plainte furieuse de nos concurrents. Le petit commerce y laissera encore une aile. Enterrés, tous ces brocanteurs qui crèvent de rhumatismes, dans leurs caves !
…»


Émile Zola. “El paraíso de las damas”. Extracto del capitulo II

« …
Casi todos los meses, Bouthemont visitaba las fábricas, pasaba días enteros en Lyón, se alojaba en los mejores hoteles y llevaba orden de tratar con los fabricantes sin andarse con cicaterías. Gozaba, por otra parte, de total libertad y podía comprar lo que le pareciera bien siempre y cuando incrementase en determinada proporción, establecida de antemano, la cifra de ventas de su departamento. E incluso era de ese incremento del que salía su porcentaje de participación en los beneficios. En resumidas cuentas, su posición en El Paraíso de las Damas, igual que la de los demás encargados, sus colegas, era la de un comerciante especializado dentro de un conjunto de comercios diversos, algo semejante a una dilatada ciudad de los negocios.
–Así que seguimos en lo dicho –añadió–. La marcamos a cinco sesenta… Ya sabe usted que es poco más del precio de compra.
–¡Sí, sí! ¡A cinco sesenta! –dijo vehementemente Mouret–. Y, si nadie dependiera de mí, la vendería perdiendo dinero.
El jefe de departamento se rió sin malicia.
–¡Por mí que no quede! Vamos a triplicar las ventas; y como lo que a mí me interesa es conseguir buenas recaudaciones…
Pero Bourdoncle seguía serio, con los labios fruncidos. El porcentaje que cobraba él se calculaba sobre los beneficios totales y no le convenían las rebajas. Era, precisamente, misión suya controlar qué precios se marcaban para que Bouthemont no se dejase llevar por el exclusivo deseo de incrementar las cifras de ventas y los fijase con un margen de ganancia excesivamente bajo. Por lo demás, al presenciar aquellos tejemanejes publicitarios, a cuya altura no se sentía, habían vuelto a apoderarse de él las anteriores preocupaciones. Atreviéndose a manifestar sus recelos, dijo:
–Si la ponemos a cinco sesenta, es como si perdiéramos dinero, porque tendremos que descontar los gastos, que son muy elevados… En cualquier otro sitio la marcarían a siete francos.
Tales palabras molestaron a Mouret. Dio una palmada a la seda y exclamó, nervioso:
–Ya lo sé, y por eso quiero hacerles ese regalo a nuestras clientes… Desde luego, amigo mío, que no tendrá usted nunca mano con las mujeres. ¿No se da cuenta de que se van a tirar de los pelos por esta seda?
–¡Por supuesto! –lo interrumpió el partícipe, obstinado–. Y cuanto más se tiren de los pelos más dinero perderemos nosotros.
–Perderemos unos pocos céntimos en este artículo, lo reconozco. ¿Y qué? ¿Dónde está el daño si atraemos a todas las mujeres, si las tenemos así a nuestra merced y conseguimos que pierdan el seso ante nuestras montañas de mercancías y vacíen los monederos sin llevar cuenta? Lo que hace falta, querido amigo, es encandilarlas; y para eso necesitamos un artículo que encuentre su punto flaco, que haga época. Luego ya podemos vender los demás artículos tan caros como en cualquier otra parte, porque estarán convencidas de que nosotros se los damos más baratos. Por ejemplo, nuestra Piel de Oro, ese tafetán de siete cincuenta que cuesta lo mismo en todas las tiendas, les parecerá también una ocasión extraordinaria y bastará para resarcirnos de las pérdidas de la París-Paraíso… ¡Ya verá, ya verá!
Se iba poniendo elocuente:
–¿No lo comprende? Quiero que dentro de ocho días la París-Paraíso revolucione el ramo. Es nuestra jugada de la suerte; va a ser nuestra salvación y nuestro lanzamiento. Todo el mundo hablará de lo mismo; el orillo azul y plata lo van a conocer de punta a punta de Francia… Y ya oirá usted cómo rabian y se quejan nuestros competidores. El pequeño comercio se dejará en esta empresa la poca salud que le queda. ¡Enterraremos a todos esos chamarileros que andan reventando de reuma en sus sótanos!
…»


Música «FRENCH CANCAN de La Vie Parisienne» de Jacques Offenbach 

Concepción video «Christine Glassant»