Astrubis no fue un rey galo que depusiera sus armas ante el César ni un druida de las sagas artúricas. No es un dios egipcio, ni siquiera el malvado gato de una serie de dibujos animados. Astrubis no es un nombre propio, no es casi ni siquiera un nombre común, puesto que no aparece en el diccionario. Astrubis son las olas congeladas que se dibujan en la superficie de los hielos antárticos, olas congeladas de hasta un metro que obligan a las expediciones a avanzar penosamente.
No sabemos quién le puso nombre a esas olas cuya vocación viajera quedó fijada en el tiempo, paralizado su movimiento, subsumidas sus espumas en el blanco que todo lo iguala. Tampoco sabemos si la palabra es masculina o femenina, singular o plural. Debería ser nombre angélico, de ser supraterrenal despojado de atributos.
Saber que existen los, o las, astrubis, es como saber que existen las hadas… y los hados: más que una cuestión de fe o de confianza en el testimonio de quienes los han visto, es una cuestión de imaginación. Para la gente con escasa tendencia a la ensoñación, tan poco significan esos helados accidentes topográficos como aquellos seres caprichosos y volátiles; para quien no sueña, que se cumpla una predicción viene a ser lo mismo que tropezar con un montón de hielo.
Existe una leyenda según la cual Astrubis es, en realidad, una enorme serpiente marina condenada por el Sol a permanecer inmóvil en fría cárcel por haber querido imitarle echando fuego por la boca. Allí permanecerá hasta que el Sol la libere, o hasta que alguien la llame en voz tan alta como para romper los hielos. Por eso su nombre es un secreto que muy pocos conocen.
La nieve cruje bajo los trineos cuando estos resbalan hacia atrás. No es fácil remontar los astrubis, uno tras otro, y otro más. A medida que avanza el explorador los va bautizando mentalmente, un nombre propio para cada uno. Cuando se dé la vuelta y los contemple desde la distancia, le parecerán todos iguales, y cuando llegue a casa ya no recordará los nombres, solo una blanca extensión poblada de obstáculos, de astrubis.
© Angela Nordenstedt, imágenes y textos