……..#BREVIARIO
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“Lecciones de los maestros” es un precioso ensayo que George Steiner ha redactado para paliar de algún modo el sentimiento de orfandad que le ha producido el tener que retirarse de la enseñanza después de practicarla más de veinticinco años.
La Escuela de Atenas de Rafael
(Platón con el dedo levantado conversa con su discípulo Aristóteles en el centro de la escena)
El ensayo reflexiona acerca de la complejidad y sutil interacción de sentimientos –poder, pasión, confianza- que se despliegan en la pedagogía. Sí, dije poder porque la enseñanza, en términos foucaultianos, también podría examinarse como un ejercicio –abierto u oculto- del poder. Steiner define y analiza cuatro casos o escenarios de la enseñanza y la recepción: 1) el del maestro que destruye al discípulo; 2) el del discípulo que destruye al maestro; 3) el de la armonía amorosa de la enseñanza y la recepción; 4) el de la negativa del maestro a transmitir o la imposibilidad de encontrar discípulos.
El libro hace también un recorrido histórico acerca del intenso encuentro entre maestro y discípulo, y se detiene especialmente en el valor modélico de Sócrates y Jesús, los grandes ejes de la cultura occidental que, curiosamente, no dejaron una sola palabra por escrito.
Recuerdo hoy este ensayo que leí hace ya unos cuantos años gracias a un cuento de Patricio Pron, Algunas palabras sobre el ciclo vital de las ranas, del libro “La vida interior de las plantas de interior”. Pron es el rey de los títulos largos, y también un grandísimo escritor. El relato en cuestión narra con ligereza y una gran dosis de ironía las aventuras de un escritor de provincias que llega a la capital para convertirse en Escritor: así, con mayúsculas. Se instala en un departamento prestado y el azar quiere que su vecino del piso superior sea un escritor argentino consagrado al que, obviamente, el escritor de provincias admira.
En algún punto del relato el escritor de provincias, que está despistado y no consigue escribir nada que valga la pena, escucha ruidos por la noche. Son los pasos del escritor consagrado que resuenan sobre su cabeza. El escritor de provincias presta atención, escucha, reflexiona. Poco a poco comienza a atribuir esos pasos a lo que él cree son rutinas de un verdadero escritor. “Ahora sé cómo lo hace”, se dice. El escritor de provincias construye un modelo de escritor a partir de esos ruidos nocturnos y escribe sin descanso, imitando lo que él cree que debe hacerse para convertirse en un escritor verdadero. El relato avanza y Pron nos cuenta entonces los progresos literarios del escritor de provincias. Le llega una especie de pequeña consagración cuando algunos de sus relatos menos malos, dice Pron, se ven finalmente publicados en revistas importantes.
Sucede entonces que el escritor de provincias se encuentra en el ascensor con el escritor consagrado. Allí venimos a saber que los ruidos nocturnos no solo no eran el fruto de una rutina de escritura, como creía el escritor de provincias, sino que tenían su origen en los desvelos del escritor consagrado a causa de la enfermedad de su hijo. El buen hombre se levantaba, controlaba la fiebre, besaba a su hijo pequeño, esperando la cura. El escritor consagrado afirma que no escribió ni una sola línea durante las fiebres de su pequeño y que tampoco le importó. Es tal el estupor del escritor de provincias, al descubrir que todo lo que lo ha conducido al éxito no es más que un malentendido, que el escritor consagrado le tiene que dar un leve empujón para que se baje del ascensor cuando le toca.
El relato está lleno de ironía y humor, pero también de verdad: los maestros que amamos son siempre un consuelo, nos trasmiten enseñanzas involuntarias, un mandato y quizá también un misterio que nos empuja secretamente hacia nuestros objetivos; lo verdadero no puede enseñarse en palabras sino que reside en el poder secreto del amor que los maestros nos inspiran.