Oda al tomate

Vale 2015 grande.

……..#BREVIARIO

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Vale Correa Fiz


¡Oh, ensalada de tomates / de coloradas mejillas / dulces y a un tiempo picantes!

El amor médico de Tirso de Molina

Campbell’s Tomato Soup, Andy Wharhol

El vocablo “tomate” se introdujo al castellano a mediados del siglo XVI. Proviene de la lengua náhuatl (azteca), como otras palabras terminadas en “ate” (chocolate), y significa “agua gorda”. Del castellano, la palabra se propagó a otras lenguas: francés, alemán, inglés.

Sin embargo, la etimología es diferente en italiano. Al parecer en Italia se lo denominó “fruto de oro” (pomodoro) cuando llegó desde el Nuevo Mundo en épocas de la conquista. El término podría referirse a que una de las primeras variedades conocidas en este país fue de color amarillo y, además, según algunas líneas de investigación, a su origen: El Dorado, México.

La planta que prosperó en Europa no fue exactamente el tomate picante, que, junto con el chile, los aztecas, toltecas, zapotecos y demás pueblos indígenas mejicanos utilizaban como condimento de todos sus guisos; sino el jitomate, variedad dulce de mucho menor consumo en Méjico y América Central.

Pero el tomate, que hoy integra muchísimos platos de la gastronomía occidental, no fue siempre bien acogido. A través del libro “Cartografía gastronómica de Don Miguel de Cervantes”, de Pedro Plasencia, cuya lectura recomiendo a los amantes de la historia, la literatura y/o la cocina, me entero de que sobre el tomate corrieron durante siglos por Europa mil prejuicios y supersticiones. Se le atribuían efectos narcóticos similares a los de la mandrágora, así como propiedades afrodisíacas no exentas de perjudiciales efectos secundarios (en Inglaterra al tomate se lo llamó “the love apple”), razones estas por las que no fue muy bien visto ni por la Iglesia ni por el ignorante protomedicato.

Buscando bibliografía en este sentido, descubro que en la actualidad al tomate se le reconocen una multiplicidad de efectos medicinales benéficos. Leo en internet que el tomate previene hasta el mal olor proveniente de los pies. Porque la mente es inquieta o quizá porque se acerca la hora de la comida, acabo preguntándome: ¿qué sería de nosotros sin el tomate en las pizzas, salsas o las ensaladas a las que prestan su jugo? ¿Cómo vivir sin su luz de verano, el secreto crujiente de sus semillas, su pulpa viva y su perfecto matrimonio con la cebolla?

No sé ustedes, pero yo a estas alturas del artículo ya estoy como para tomarme un soberbio gazpacho andaluz. Controlo mis existencias: tengo pepinos, aceite, pimiento, cebolla, ajo, aceite y un kilo de tomates ardientes. Los dejo, gente, pero en buena compañía. Mientras cocino, disfruten con los versos finales de la Oda al tomate, del poeta chileno Pablo Neruda. ¡A vuestra salud!

“El tomate,/ astro de tierra,/ estrella/ repetida/ y fecunda,/ nos muestra/ sus circunvoluciones,/ sus canales,/ la insigne plenitud/ y la abundancia/ sin hueso,/ sin coraza,/ sin escamas ni espinas,/ nos entrega/ el regalo/ de su color fogoso/ y la totalidad de su frescura”.