Giovanni De Faccio

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Giovanni de Faccio, es excepcional como persona además de como artista, docente y calígrafo. Nacido en 1966, es italiano, pero vive en Austria. Es calígrafo profesional desde hace 27 años y, en 1991, fue uno de los fundadores de la Asociación Caligráfica Italiana. Es conocido tanto por su actividad didáctica como por la atención que dedica a disciplinas como la «vía de la escritura a mano» y la tipografía. Diseña caracteres digitales, el más conocido es Rialto DF. Grava letras en piedra y es profesor de las asignaturas Caligrafía y Diseño de Tipos en la Nueva Universidad de Diseño de St. Pölten, en Austria.

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Giovanni, ¿cuándo has descubierto tu pasión por la caligrafía y por los caracteres?

Cuando era un técnico electricista poco convencido compré una lámpara para el garaje de mi nuevo apartamento en Vicenza. La quería montar en el techo y para eso tenía primero que cortar los cables de la luz. Estaba seguro de que había desconectado el interruptor general de la corriente. Gran error: cuando los alicates tocaron el hilo desnudo, una violenta descarga eléctrica despertó el ser prehistórico que se escondía en lo más profundo de mí. Un grito eructado desde el vientre asustó a mi mujer, que me dio por muerto. Una vez repuesto de lo sucedido, conseguí traducir el mensaje: «donde no hay amor no hay camino».

¿Habrá sido la descarga eléctrica que iluminó el futuro y quemó el pasado?

IMG_0795La pasión por la caligrafía, esa mezcla entre entusiasmo y sacrificio, emoción y contemplación se reveló poco después de esta breve anécdota. Creo que fue en la primavera de 1991, cuando repitiendo con la plumilla durante horas los movimientos rítmicos sugeridos por las letras, de repente, se hizo la luz. Cubierta de puntos y líneas en continuas combinaciones, la superficie del folio ya no era blanca: el fuerte contraste con la sombra y el negro de la tinta la había transformado en luz. Tenía la clara sensación de perder el sentido del tempo y encontré en el contempo una agradable sensación de falta de ansiedad.

Con el paso del tiempo, el interés y el amor por el carácter tipográfico crecieron espontáneamente. En parte, gracias a los ejercicios de caligrafía, que revelan las raíces, y, en parte, por la idea de que la tipografía, antes de ser un procedimiento de impresión, como a menudo se define (en alemán Die Schwarze Kunst es decir el Arte negra), es sobre todo una escritura que utiliza letras de forma preestablecida e inmutable. He aquí que la función del tipógrafo-compositor se convierte en la de saber gestionar los blancos tipográficos para iluminar de la mejor manera el contenido del texto. Por esto, si la tipografía es un arte, entonces, es Arte Blanca.

¿Durante tu recorrido formativo, recuerdas en particular un encuentro con una persona, un libro o una obra de arte que, de alguna manera, te haya dejado una marca profunda, que te inspire todavía hoy?

Esta es una pregunta difícil porque son muchas las personas que han contribuido de manera sustancial a mi crecimiento y me resulta imposible conseguir concentrar todo sobre una en particular. Prefiero recordar a algunas de las que me vienen a la mente espontáneamente: Kathy Frate y el primer plumín; Augusto Fiorani y los módulos de Littera Antiqua; Jean Larcher y la caligrafía aplicada al diseño gráfico; Michael Harvey y la rotulación; Gottfried Pott y la musicalidad; Thomas Ingmire y la psicología de los signos; John Stevens, el Maestro; Julian Waters, porque la clase no es agua; Brenda Berman con Anner Stirling y el grabado en piedra; Hans Joachim Burgert y la composición caligráfica; Friedrich Neugebauer y la tradición austríaca; Jovica Veljovic y el carácter digital; Klaus Peter Schäffel y el arcoíris de la naturaleza; los amigos de la Asociación Caligráfica Italiana desde Anna Schettin y la generosidad hasta Ana Ronchi y el rigor; James Clough con Francesco Ascoli y la historia de la escritura y la tipografía; Marco Campedelli y la pasión; Francesca Biasetton y el trazo… solo por nombrar alguno; y… los participantes de los cursos; y… lo siento de verdad por todos los que no he nombrado y que tienen también un lugar en mi corazón, y a los que, de todos modos, no podré agradecer nunca lo suficiente por haberme mostrado cuántas personas estupendas hay. Desde mis primeros pasos hasta ahora, una flor me acompaña constantemente con amor. A ella, mi más sentida gratitud: gracias Karin. Y gracias también a esos dos pétalos, Marlene y Marco. ¡Qué bien que estéis ahí!

Y si hablamos de libros, en cambio, sí recuerdo uno en particular que me ha emocionado e inspirado notablemente: De la caligrafía a la fotocomposición de Hermann Zapf, de ediciones Valdonega. Fue donde, por primera vez, vi a la caligrafía fundirse en el carácter tipográfico.

Junto con la práctica de la caligrafía, también la enseñanza de diseño gráfico. Basándote en tu experiencia, ¿cuáles pueden ser los puntos de contacto más fértiles entre el uso de herramientas digitales y los contenidos de unas prácticas ahora ya en desuso como la composición a mano, la escritura con plumilla y el dibujo?

Si me limito a pensar en el diseño de caracteres tipográficos, la tecnología digital, sin duda alguna, ha mejorado las fases del trabajo aportando una velocidad, una precisión y una agilidad sin precedentes. Es posible realizar proyectos completos individualmente, desde la concepción hasta la venta de un producto virtual, con un alcance mundial y todo esto cómodamente sentado en nuestra mesa de despacho o, fuera, en el jardín, si dispones de un portátil. ¡Maravilloso! ¿Qué más se puede pedir?

Observando a los jóvenes aspirantes a diseñadores gráficos empiezo, sin embargo, a notar algunos signos interesantes, por ejemplo lo siguiente:

  • La frecuencia de 3 GHz de los nuevos microprocesadores, durante 8 horas de trabajo diarias, a veces puede llevar a la ansiedad: es probablemente demasiado rápido para las almas que están acostumbradas a medir las emociones al ritmo de los latidos de su corazón. Algunos descubren con estupor la belleza de escribir y dibujar usando las manos, los brazos, todo el cuerpo. De repente, el papel tiene sonido, la tinta tiene olor y… mágicamente, se descubre la lentitud de la belleza.
  • La precisión geométrica digital se percibe inicialmente como una tranquilizadora perfección. Con el tiempo, sin embargo, empobrece y se va haciendo más y más impersonal, pobre, fría y monótona. Poco respetuosa con la imperfección natural y vital, que es la verdadera y típica riqueza humana. Un círculo digital es perfecto, pero el sol es mucho más bello.
  • La agilidad del ratón hace que casi nos olvidemos de la fuerza de la gravedad y, a menudo, borra de la memoria el valor de los blancos tipográficos, con frecuencia mucho más pesados y significativos que el negro de las palabras. El que compone a mano con plomo lo sabe.

El ritmo frenético en el que vivimos, casi sin darnos cuenta, nos hace correr en direcciones inciertas. Volver sobre nuestros pasos es posible sin arriesgarse a que el alma se quede atrás. También con el ejercicio de la escritura a mano. Escribir y escuchar el ritmo del corazón y de la respiración, observar cómo se alternan las astas, el claroscuro, las letras y las palabras que son contemporáneamente significado, imagen y música, y expresión de nuestra personalidad.

Si quieres mejorar tu letra, puedes mejorar tu respiración y así mejora el corazón, la persona, el mundo: «Deja de escribir con la cabeza: ahora escribe con el corazón».

Y ya que la caligrafía nos lleva a las raíces de la forma gráfica y al principio de nuestro ser: ¿de dónde vienen las ideas?, ¿cómo sabe la mano lo que tiene que hacer?, ¿quién soy?