Hay un verso, en Antonio Machado, que evoca «el mundo mago». Está muy bien convertir en adjetivo al nombre «mago». Crea una ambigüedad. El mundo se vuelve un personaje, un mago. Considerarlo «mágico» es una banalidad académica. Convertirlo en mago es pensarlo como generador de uno de los elementos del arte: la sorpresa, el asombro.
Los rostros de hombres y mujeres de Magda Eunice Sánchez evocan una mirada de asombro ante el mundo. Por magia del arte, esos semblantes se nos aparecen como nuevos, aislados de los numerosos entornos que nos distraen del milagro que significa ver a una persona cara a cara, adivinar la verdad que se revela (o se oculta) en el fondo de unos ojos. Rostros de hombres, pero más de mujeres que, a su vez, parecieran admirados por la conciencia de lo vida. Muchos de ellos poseen esos ojos grandes, como los mismos ojos de Magda Eunice, nunca entrecerrados en la fisura del cálculo, siempre extremadamente abiertos con la expresión de quien está descubriendo, en ese momento, al mundo mago. Ojos que nos vendesde la complicidad del espacio que los apasiona, que nos certifican la maravilla de nuestra propia vida. Dentro de lo figurativo, la estilización es un primer grado de abstracción, también de fantasía. Los rostros no realistas son una fuente de declaración artística: el mundo no es así, el mundo es como yo lo veo. O como lo quisiera ver: traspasado de belleza.
Pareciera un atrevimiento el apelativo que los florentinos dieron a Andrea del Sarto: pintor sin defecto. La pura línea del dibujo, en Magda Eunice, su atrevida economía del color, el balance exacto de su composición, la fuerza que emerge de sus limpios personajes, evocaría el apleativo atribuido al pintor de Florencia. Pero Magda no soportaba el énfasis, que inclina a la retórica a al kitsch. Digamos, mejor, para ser files a su gusto, que nos ha donado instantes de belleza, de implacable búsqueda del arte y que esos instantes son el asomo a esa eternidad que el espíritu engendra en la materia.
Dante Liano.
Guatemala, agosto de 2009