Se tiró a la arena tibia, jadeando.
Ya estaba lejos: podía descansar. Sentía los granitos de arena en su mejilla, húmedos, punzantes. Le costó un esfuerzo descomunal mover el brazo derecho y arrastrar la mano para protegerse un poco la cara, pero el ademán se quedó a mitad, la mano torcida en una posición afectada.
Aquella luz.
Aquella gente.