Sentada en primera fila estaba disfrutando el concierto magistral y maravilloso de esta espigada y hermosa joven de apenas diecinueve años; el público la ovacionaba al terminar cada ejecución. El repertorio incluía las piezas de grandes clásicos y también jazz. Una sublime fusión de ambas la hacían sobre el escenario única, especial y con una voz que parecía dibujada por los ángeles. Las lágrimas corrían sin pudor por mis mejillas, aquélla niña era toda una mujer, toda una artista y yo estaba ahí para apoyarla, su profesora durante ocho años.
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