Tregua olímpica

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Érase una vez una niña nacida al final de julio de 1984, una bebé vampira que no dormía ni un segundo por la noche (ni que se alimentara con Red Bull y Duracell en lugar de la leche materna), hija de una madre hippie desesperada frente a la puntualidad con la cual la nene empezaba a llorar en el medio de la noche durante sus primeras semanas de vida. ¿Qué podía hacer la pobre madre para que esa criatura poseída durmiera de una vez? Por lo visto, mi madre (porque de la bebé Alessia estamos hablando) no había leído el manual para madres perfectas: desesperada porque yo no dormía ni una noche, me sentó frente al televisor. Así que pasé el primer agosto de mi vida viendo todas las competiciones de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. “Y no te dormías ni con Carl Lewis”, añade mi madre cuando, cada cuatro años, vuelve a contar la anécdota.

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