Una mirada carbónica y un mucho de dignidad: había muerto sin que le mataran. Todo un éxito en aquellos tiempos convulsos.
Salimos a cenar. Se sorprendió de que no hiciera el frío infernal de Siberia a donde había él mismo enviado a varios contertulios.

— ¿Un italiano?
— Lo que tú digas.
Yo no sabía cómo comenzar la conversación. El resolvió rápido.
—El mundo está esperando lo que no pudimos completar. Tienes que actuar rápido. Las masas están ávidas. Hay una venganza pendiente.
Los espaguetis “alle vongole” de mis amigos napolitanos, Angelo Meloni y Amelia, estaban exquisitos. Creo que acerté en aquella modesta “trattoria” de mi barrio.
—Mira. —era difícil mirarle a su mirada mineral, revolucionaria de la revolución y gélida del infierno en el que compartía lecho con tantos de sus condenados—. Hay tres cosas que no podemos saltarnos. Lo primero son las energéticas. Siempre nos han tenido ahogados. Pero ahora, con este tonto de Razzputín se han pasado de la raya. En segundo lugar, hay que liquidar a las máquinas parlantes.
— Perdona, no sé si te sigo. Lo de las energéticas lo entiendo, pero lo de las máquinas parlantes…
— No te me hagas el imberbe. Cuando reclamas una factura de teléfono, ¿quién te responde?
— ¡Ah! Ya te entiendo. Quieres decir que…
—Sí, sí, eso quiero decir. Lo que tú, yo y todos sabemos. Pero lo peor de todo no es eso. No. Lo peor es el tomate.
— ¿Qué tomate?
— Pero, vamos a ver, tovarich, ¿es que tú no sabes lo que es un tomate? Mira, —otra vez esos ojos carbunclo puro llenos de infierno— cuando nos reuníamos en Zúrich para forjar la arquitectura de la revolución, de lo primero que hablábamos, porque hacía mucha falta, no sólo en nuestro pueblo, sino en todos los pueblos de la tierra, era de la alimentación. Es muy sencillo. Un campesino desnutrido es incapaz de armar un cañón para hacer saltar por los aires al enemigo. Eso lo entiendes, ¿no?
— Creo que sí—
— Un paisano tuyo del S. XVII, que sabía bastante más que vosotros ahora, ya decía que “el estómago es la oficina del cuerpo”, y eso significa que no solo hay que llenarlo sino hacerlo disfrutar.
—O sea, que también eres un gastrónomo.
— No seas cretino, tovarich. En aquel tiempo no estábamos para mandangas, pero a nadie se le ocurría protestar por el sabor de un tomate. No como ahora, que los tomates saben igual que un pollo crudo. ¿No estáis por la revolución verde? Pues eso, alimentos de proximidad, estacionales y sin hornear en el frigo para transportar los tomates a miles de km. ¿Me entiendes?
— O sea que los tres ejes de la revolución venidera son las eléctricas, las máquinas parlantes y los tomates.
— No simplifiques ni te mofes, camarada entrevistador. Tú sabes, como todos los tuyos, que para hacer una gran revolución se necesita un gran ejército, aunque no lo utilices, pero que sea, como mínimo, como dicen ahora los contertulios, disuasorio. Allá abajo, en el infierno, se me ponen los pelos de punta cada vez que oigo a esa izquierda babosa de mantequilla que tenéis ahora, decir que a la paz por el diálogo. ¿Tú crees que las famosas repúblicas soviéticas las pacifiqué con discursos y diálogo? Cañones y más cañones. Un buen pedazo de ejército plantado frente a cada pueblo y se acabaron las guerras nacionales o religiosas. Y así pasaron las generaciones en paz. Hasta que llegó el listo de Gorbi, que ahora lo tendré junto a mí en la caldera, y empezó con la libertad, la glasnot, la perestroika y esas zarandajas que han dado como resultado la descomposición del gran imperio que tanto nos costó construir.
— O sea, ¿quieres volver a la guerra fría? ¿Que sigue sin importarte la libertad individual?
— Libertad, ¿para qué?
— Eso ya lo dijiste en su momento. Y, por cierto, creo que no sentó muy bien en ninguna parte. Svetlana os saca los colores en sus múltiples entrevistas a tus queridos compatriotas.
— Svetlana es una pringada. ¿Libertad para comer salchichas y calzarte unos jeans? El pueblo ruso es un pueblo en construcción. El pueblo ruso es un pueblo europeo, occidental, con la mixtura de otros cientos de pueblos que han dado, y siguen dando, al mundo genios en todas las artes, letras y ciencias. Pero somos un pueblo en construcción, repito, que ha sufrido permanentemente el acoso de los pueblos limítrofes. Desde el moderno de Napoleón que casi nos liquida, hasta tus queridos nazis pasando por los japoneses. No me digas que no tenemos razones para defendernos. Y si no hubiera sido por nuestra espectacular carrera armamentística los americanos nos habrían borrado del mapa.
— O sea, que estás pregonando una guerra caliente.
— Yo no quiero guerra caliente ni templada ni fría. Quiero disuasión.
— Es decir, te parece bien la guerra de Ucrania y apoyas a Razzputín.
— Pero ¿qué dices? Si ese tipo es un indocumentado, está viejo y peor no lo puede estar haciendo en Ucrania. Nos ha metido en una guerra inútil que puede durar años.
— Entonces, ¿qué hacemos con él?
— Un tiro entre ceja y ceja y a la caldera conmigo y con Gorbi… Oye, tovarich, que se me ha pasado la hora. A ver si puedo salir otro día y seguimos. Me gusta esto de que me entrevisten en el infierno.
— Pero si apenas has probado los espaguetis…
— Dile a Angelo que son los mejores que he comido desde el infierno.
Arturo Lorenzo.
Gordomar, septiembre de 2022
La lucha con y sin tregua por la libertad, que todavía el mundo de a pie no entiende. Piensa que mejor es ir al cine, comprar zapatos, ir a la peluquería, contratar un maestro de música para el pequeño que golpetea un piano a su medida. Les asusta no poder hacer el mercado y quedarse en casa escuchando las tragedias de la guerra. Si se gana, todo sigue igual. Así piensan todos. Mejor no escuchar. Anda entra en la redes y así te distraes. Mejor eso a las malas noticias. Así se domesticó a la humanidad! Buena por esa. Para pensarlo, muy, pero, muy bien!
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