Navarra Gerolamo, Gondole sul Canal_Grande
La góndola avanzaba, el gondolero remando con un movimiento hacia adelante y uno hacia atrás. Como mis recuerdos. El recuerdo de un día lejano cuando te cruzaste en mi camino. Te encontré mientras iba al trabajo, caminabas en sentido contrario al mío. Nos miramos a los ojos, una mirada intensa. El azar hizo que volviéramos a encontrarnos durante algunos días. La misma mirada profunda iba repitiéndose. Hasta que un día me saludaste. Desde entonces no pude dejar de pensar en ti. Tu cara aparecía por todas partes. Seguimos encontrándonos durante muchos días empezando a conocernos un poco más. Me contaste que vivías en Venecia, que el trabajo te había traído aquí y que cada fin de semana regresabas a tu ciudad. ¡Ojalá pudiera yo acompañarte! Así fue. Pasamos un fin de semana inolvidable. Años atrás había visitado Venecia, conocía la ciudad, pero contigo pareció otra, fue diferente. No nos importaba la multitud de desconocidos que nos rodeaba. Nos ocultamos en el silencio del laberinto de las estrechas calles, encontramos rincones solitarios que parecían creados para vivir la intimidad. En el dorado atardecer veneciano disfrutando del clásico paseo en góndola, por los estrechos y silenciosos canales, fue como estar dentro de una música siguiendo un ritmo lento, sensual ondeante. Empezaba a sospechar lo que iba a ocurrir, así simplemente, con la complicidad de la “barcarola”. Acabamos en un hotel con ventanas al canal. La música me hablaba, se había apoderado de mí. La cadencia de las flautas y de los violines fluctuaba arriba y abajo y alrededor de nuestros cuerpos.
De pronto me preguntaste: ¿Y si comienzo a quererte? ¿Que pasará?
Te respondí:
Al despertarme a la mañana siguiente tu profunda mirada penetró mis ojos.
Pareció decirme: < No te olvides de mi.> Me besaste y te fuiste.
El fin de semana terminó así. No volvimos a encontrarnos. Sólo quedaron los recuerdos y la barcarola.