“El juego es como una isla en medio de la vida del chico: esa es la felicidad.”
(María Elena Walsh)
No recuerdo cuándo escuché por primera vez a María Elena Walsh pero no cabe duda que pertenezco a la primera generación de argentinos formada con sus canciones. Por si alguien no lo sabe, María Elena Walsh (1930-2011) fue una poeta, escritora, dramaturga, cantante y compositora argentina que a fines de los años cincuenta revolucionó la literatura infantil hispanohablante.
Lo que sí recuerdo muy bien es cuando mis jóvenes padres me llevaron por primera vez a un lugar majestuoso, una especie de catedral que llamaban Teatro, donde el duo “Leda y María” presentaba la obra para niños “Canciones para mirar.”
Corría el año 1962 y el teatro era el Municipal General San Martín de Buenos Aires, gigante de vidrio y cemento inaugurado solo un par de años antes y que se convertiría en uno de los centros culturales más importantes de Latinoamérica. El espectáculo, todo una novedad. Una obra que rompía con las monótonas y empalagosas producciones dedicadas al mundo infantil. Una especie de cabaret para chicos –canciones, disfraces, pantomimas, monólogos disparatados- creado e interpretado por María Elena Walsh junto a Leda Valladares, folclorista tucumana, musicóloga y cantante; duo que se había consolidado en París durante los primeros años cincuenta entonando motivos del folclore argentino en la bohemia de los cafés literarios y en el flamante Crazy Horse.
Fue en París que Walsh, poeta ya estimada por Juan Ramón Jimenez, comenzó a escribir canciones para niños readaptando a la lengua castellana los juegos lingüísticos y el nonsense de las antiguas nursery-rhymes.
En Europa, como dirá más tarde, María Elena redescubre su infancia. Para esta joven crecida en una familia de ascendencia inglesa, irlandesa y andaluza, la recuperación de la niñez nada tiene que ver con la nostalgia sino con el presente vital de la fantasía, de la creación, del juego. “Creo que la única felicidad de los chicos radica en el juego”, dice la artista arrasando de una vez por todas con ese mito azucarado que considera la infancia la edad de oro por excelencia, “ y, dentro de este contexto”, prosigue, ”el juego verbal y el musical son extremadamente importantes.”
Hay 25 pajaritos
encerrados en el pastel.
Hay 25 pajaritos
y una cucharada de miel.
El Rey está en la torre
contando monedas de oro.
El Rey está en la torre
con una lechuza y un loro.
La Reina está en el salón
comiendo pan con mantequilla.
La Reina está en el salón
con una corona amarilla
(“Pastel de pajaritos” M.E.Walsh, versión libre de “Blackbirds in a pie”)
La fantasía es el núcleo central de la obra de Walsh. Una fantasía que abarca el sinsentido, la irreverencia, la magia, la poesía, jamás lo truculento –como en los tradicionales cuentos infantiles- la intención pero nunca lo ilógico, algo inaceptable desde el punto de vista infantil. Escribo entre los chicos, solía decir la artista, no para los chicos.
De aquella lejana tarde en el teatro conservo emociones entremezcladas: alegría, grande expectativa y casi un temor reverencial por todo lo que se desarrollaba en el escenario: las voces cristalinas del duo quebrando el silencio de la sala al son de guitarra y percusiones, los coloridos disfraces de la pareja de actores que mimaban los textos. Un espectáculo sencillo y a la vez exuberante, poblado de personajes tan imaginarios como cotidianos que hubieran podido tranquilamente tomar el té con Alicia en el país de las maravillas: la hormiga Titina que con su sombrilla de flor amarilla camina con maña por la telaraña, la mona Jacinta que se peina y se peina porque quiere ser reina (“ay, no te rías de sus monerías”), la Vaca estudiosa que a pesar de ser abuela quiere ir a la escuela o la familia de polillas que por compasión de la oronda naftalina (“¡no la mates!, me da pena”) decide mudarse de ropero. Canciones que desmantelaban con desparpajo los estereotipos de la educación de la época y metían patas para arriba el mundo proponiendo perspectivas oblicuas, despatarradas, que sin pretende enseñar nada (la rebeldía de Walsh desdeñaba todo tipo de moralina) revelaban el aspecto lúdico y paradójico de la existencia.
“Me dijeron que en el Reino del Revés
nadie baila con los pies,
que un ladrón es vigilante y otro es juez
y que dos y dos son tres.
Me dijeron que en el Reino del Revés
cabe un oso en una nuez,
que usan barbas y bigotes los bebés
y que un año dura un mes.”
(El Reino del Revés)
Cuenta la historia que el espectáculo tuvo tanto éxito que los grandes sin hijos buscaban críos prestados para ir a cantar junto a toda la chiquilinada. En 1963 el duo estrena “Doña Disparate y Bambuco.” El mundo walshiano se puebla de nuevos personajes: el intrépido Mono Liso que “a la orilla de una zanja cazó vivo una naranja”, la tristeza de los castillos medievales “solos a la orilla de un río”, el deseo absoluto de Matías el Osito que quiere comprar un tiempo no apurado, todo lo que guardan los espejos, cuentos de la mano de una abuela y una pelota que haga gol. En esta obra aparece por primera vez uno de mis personajes preferidos, Manuelita la tortuga que, enamorada, decide marcharse a Europa “un poquito caminando y otro poquitito a pié” para hacerse embellecer.
“Tantos años tardó en cruzar el mar
que allí se volvió a arrugar,
y por eso regresó
vieja como se marchó
a buscar a su tortugo
que la espera en Pehuajó.”
(“Manuelita la tortuga”)
A partir de 1968 la artista se aleja del mundo infantil y pasa a escribir canciones para adultos que sin ser declaradamente de protesta como el contexto lo requería afrontan, en ese estilo franco y reservado que la caracteriza, temáticas candentes: la violencia del poder, la emigración, la relación conflictiva con la tierra natal. Estrena, ya como solista, el exitoso espectáculo “Juguemos en el mundo.” Muchos de sus temas -“Zamba para Pepe”, “Serenata para la tierra de uno”, “Como la cigarra”- entrarán en el repertorio de grandes intérpretes como Mercedes Sosa.
“Tantas veces me mataron
Tantas veces me morí
Sin embargo estoy aquí resucitando
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
Porque me mató tan mal
Y seguí cantando”
(Como la cigarra)
A lo largo de su vida María Elena Walsh publicará poemarios, cuentos para niños, artículos periodísticos (es famosa su nota “Desventuras en el País Jardín de Infantes” que en 1979 enfrenta a la censura de la dictadura), dos novelas en parte autobiográficas “Novios de antaño” y “Fantasmas en el parque” y una entrevista concedida durante su larga enfermedad a Gabriela Massuh y publicada en 2017 en forma de libro, “Nací para ser breve”. Ha recibido premios y reconocimientos internacionales como el del prestigioso Premio Hans Christian Andersen y su obra ha sido traducida en diferentes idiomas. A su muerte, por iniciativa de la fotógrafa Sara Facio, compañera de toda una vida, nace la fundación que lleva su nombre.
María Elena Walsh fue una voz anticonvencional en el panorama argentino y latinoamericano, una librepensadora que transformó la literatura infantil y puso alas a la fantasía de muchas generaciones de niños y adultos. Lo hizo como era su estilo, con inteligencia, elegancia e ironía, con talento y humildad, sufriendo también la censura, la discriminación, la distancia. Desde aquellos lejanos años sesenta sus canciones han entrado a formar parte del imaginario de generaciones y generaciones de argentinos. La mía, no cabe duda, fue la primera pero no será la última a seguir entonándolas, agradecida, no por nostalgia sino por obstinada y lúdica pasión.
Mercedes Sosa, Serenata para la tierra de uno: https://youtu.be/dIjGVX67-iA
María Elena Walsh, Antología para niños : https://youtu.be/-4-CgZMqBZI
María Elena Walsh, El 45: https://youtu.be/msc3HOyM82g
Mercedes Sosa, Como la cigarra: https://www.youtube.com/watch?v=wv_-kUkP998