A Iris
Se llamaba Venus, un nombre significativo pero que se encuentra raramente. Tenía una cita con ella en un bar del centro de Milán. No la conocía, habíamos quedado por Facebook. Somos «amigos», ella había insistido porque normalmente no me gusta aceptar las peticiones de amistad de personas que no conozco. No me interesa chatear a través de las redes sociales ni con mis verdaderos amigos. Ella quería escribir artículos para mis blogs. Estoy jubilado, y he creado lo que podríamos llamar revistas digitales de interés cultural. Entonces había echado un vistazo a su página, Sin duda, teníamos muchos ámbitos de interés en común y sus textos me gustaban mucho. Ya tenía algunos colaboradores voluntarios que me ayudaban. Las revistas tenían un buen éxito y no podía realizarlas yo solo.
Estaba sentado en la terraza del bar, olía a primavera, el sol espolvoreaba sus primeros rayos y una extraña alegría reinaba en el aire. Con este nombre y las fotos que había visto en su página me esperaba un placentero encuentro.
— Soy Venus, usted es el señor Jean Claude.
Me di la vuelta sorprendido, una señora mayor, baja y menuda me sonreía detrás de sus elegantes gafas de sol negras con adornos plateados. Llevaba un extraño gorro, también negro que cubría toda la cabeza, pelo incluido, con sus pantalones y blusa del mismo color, y sus zapatos bajitos que recordaban las gafas, era muy elegante, una Greta Garbo, que en secreto venía para asistir a un espectáculo de La Scala. Me alcé y apreté ligeramente su mano, me parecía tan frágil.
— Llámame Jean Claude, te llamaré Venus como en Facebook.
Empezamos a charlar, le conté la historia de los blogs, las lineas editoriales, los colaboradores y el método de trabajo. Luego me enseñó sus borradores, basados en proyectos multimedia, textos, reproducciones, fotos, videos y música. Todo muy interesante, Venus era una verdadera artista en todos los sentidos de la palabra.
El calor estaba aumentando, ella se quitó el gorro. Me quedé estupefacto, era Nefertiti sin su tiara, el craneo rapado y dos enormes pendientes blancos y negros encuadraban una cara en la que los ojos, la nariz un poco aguileña y una boca ligeramente carnosa diseñaba facciones perfectas que la rejuvenecían enormemente. Entonces, ella se giró hacia la maleta con ruedas que traía y se inclinó para coger otras carpetas que estaban dentro. Su blusa se levantó un poco, descubriendo su espalda y dos hoyuelos de Venus enloquecedores.
Era ella, era Venus misma, que quería conocerme, la encarnación de la mujer perfecta. Fue el inicio de una larga y maravillosa colaboración. Más tarde, cuando la conocí mejor, supe que Venus era su apodo artístico.