(Este artículo no va acompañado de imágenes en señal de duelo por las víctimas)
Hace poco leí un artículo sobre un informe de Naciones Unidas que me dejó estupefacto. En 2017 los hombres (violencia machista) mataron en el mundo a 87.000 mujeres. ¡87.000! Eso quiere decir que una mujer es asesinada en el mundo a un promedio de seis a la hora aproximadamente. Casi 50 correspondían a España.
Unos días después me llegó a través de un grupo de amigos un artículo de Cristina Fallarás, «Carta a los hombres», que conviene leer con calma. Cristina es una inteligente, eficaz y combativa periodista y escritora volcada en la lucha por los derechos y la igualdad de la mujer.
Este año de 2019 han madrugado los Reyes Magos, tanto que en la madrugada del tres de enero nos han dejado un amargo e incomprensible regalo: el cadáver exquisito de una joven dominicana víctima de otra incomprensible violencia machista por parte de un supuesto enamorado, que por alguna otra incomprensible razón le ha asestado puñaladas suficientes hasta dejarla muerta. Todo ello sucede en un remoto, romántico y ya destruido para siempre, por voluntad del imperio inmobiliario, pueblo de esa costa norte de la España periférica, pero igualmente profunda, que se reparte entre la tierra ubérrima del interior y ese mar violento, amenazador y tempestuoso al que conocemos como Cantábrico.
Un cadáver femenino más en la sobremesa de las celebraciones navideñas. Esto parece insoportable. Pero… ¿qué os pasa a los hombres, tíos?¿Por qué no te matas tú primero y luego eliges a tu víctima? Si puedes, claro. Así pasaríamos a la lista de suicidios por amor, como en pleno Romanticismo, que dejaría al menos un rastro de lirismo tan necesario en estos tiempos.
La tesis básica de Cristina Fallarás es muy sencilla: que los hombres, sin necesidad de que ellas nos lo indiquen, salgamos a manifestarnos contra la violencia machista en todo el mundo como ellas lo hicieron el pasado 8.3.18. A mí me parece bien. Ojalá pudiéramos celebrar que el 8.3.19 se llenaron las calles de manifestaciones masivas de hombres clamando contra la violencia machista. Ojalá. Que alguien las convoque que seguro que somos muchos en salir.
No obstante creo que el artículo de Cristina, voluntariamente o por la necesidad de concisión del sistema periodístico, deja abiertas muchas puertas y muchas otras posibilidades. Entiendo que para ella, profesional de los medios, es prioritario visualizar la repulsa, y para ello nada mejor que la calle con manifestaciones millonarias, fotografías y reportajes. Pero, personalmente, no me parece ni suficiente ni, posiblemente, muy eficaz sobre el terreno. ¿Dejarán de matar algunos hombres porque todos los demás salgamos a la calle a condenar su violencia? ¡Ojalá, ojalá!
No se puede decir que España sea un país pusilánime a la hora de adoptar distintas leyes encaminadas a combatir tan insoportable lacra, ni que ante la amenaza de movimientos contrarios que se atisban en el nuevo mapa político no esté el gobierno promoviendo nuevas medidas a nivel local para concienciar a la ciudadanía. Aunque todo asesinato parece imprevisible, el hecho de que exista una sólida conciencia social de repulsa no es poca cosa. No obstante toda medida parece quedarse corta ante la magnitud del problema.
Alguno quizá me preguntará si yo soy tan listo que tenga guardada en la manga alguna o varias soluciones. Pues no, claro. Lo que se me ocurre son divagaciones. Divagaciones que expuestas a amigos y compañeros en charlas informales han sido tachadas, en general, de peregrinas, insuficientes y, en algún caso, peligrosas. Las mayores críticas me han venido del sector femenino. Los hombres callan, asienten o buscan acomodo en otros lugares. Pero, puesto que el pensamiento es libre, me atrevo a exponer algunas de estas divagaciones sobre tan espinoso y polémico asunto.
En primer lugar yo endurecería las penas hasta el máximo. Asesinar por robar es malo, pero asesinar a una mujer por el hecho de serlo, me parece mucho peor. No digo que en la mente del potencial macho asesino opere un milagro el hecho de que la ley recoja de oficio la pena máxima para estos casos, salvo que se consideren ciertos atenuantes o eximentes, por ejemplo, que el tipo en cuestión esté loco de remate. Pero el hecho de que exista la ley y que la ciudadanía sea consciente podría ayudar, como ayudan las normas que prohiben el exceso de velocidad.
Educación es todo. Qué duda cabe que la educación en igualdad y para la igualdad es incuestionable, pero la educación es un huerto de largo recorrido y los frutos tardan en aparecer. Se me ocurre que de forma inmediata, cada vez que se produzca una asesinato los colegios de toda España deberían guardar un minuto de silencio, si fuera posible todos a la misma hora en el mismo minuto, y que luego, a partir de cierto nivel y cierta edad, en el área de ciencias sociales o donde corresponda, se dedicara alguna hora a estudiar cada caso. ¡Eso es una barbaridad! me dirán muchos, o todos. Vale sí, pero el pensamiento es libre y esto son divagaciones. Bueno, pero además eso mismo se podría hacer en la administración, en las empresas, en los bares… Sí, claro, pero estamos hablando de educación.
Por último se me ocurre que sería conveniente estudiar más y conocer mejor el perfil del asesino. Por pura intuición y con el poco conocimiento que tengo sobre el asunto, aparte del que proporciona el dolor de la emoción, creo que no todos los asesinatos son iguales. Creo que no es lo mismo el caso de la joven dominicana con la que abríamos estas líneas que el del anciano que mata a su anciana esposa aquejada de Alzheimer y que, para redondear la faena, a continuación, él mismo se quita la vida. Conocer el tipo de asesino nos ayudaría a conocer mejor la dimensión real del problema.
Y por encima, por debajo o más allá está la otra violencia, la que no mata, la que se ejerce en el ámbito familiar o laboral a modo de amenaza, acoso o desigualdad. Este es el caldo de cultivo en el que hecha raíces la violencia asesina. Y ese caldo de cultivo sólo se puede erradicar, a largo plazo, con educación y políticas de igualdad.
Hagamos caso a Cristina Fallarás y salgamos a manifestarnos masivamente, pero no sólo contra la violencia machista, sino contra toda violencia o discriminación que coloca a las mujeres en un plano de inferioridad, si no legal, desgraciadamente sí real.
Arturo Lorenzo.
Madrid, enero de 2019