
Tema: LA EDAD
1. LA EDAD de Mirna Escobar (*)
La edad es como entrar en un camino lleno de tantos senderos.
Caminos que se entrecruzan, llenos de largas caminatas y muchos desencantos, como toques de grandes emociones.
Arrugas que se quedan prendadas como pruebas de grandes experiencias, algunas que todavía duelen y otras con las cuales he comenzado a convivir entre el tic tac del reloj y el tiempo que pasa haciéndome una mueca sarcástica y divertida a la cual le hago un saludo de burla como queriéndome reír de mí misma dejando que el tiempo pase acariciándome la frente dulcemente.
La edad es sólo el susurro del viento entre las puntas de los árboles.
2. LA EDAD de Elettra Moscatelli
«Un día me perdonaré. Por el mal que me hice. Por el mal que deje me hicieran. Y me apretaré tan fuerte que no me dejaré nunca más».
Acabo de leer estas palabras y reconozco que necesito cambiar mi actitud frente a la vida. Siempre pensé en satisfacer a los demás, actuando en contra de mis deseos, y no quiero lamentar mi juventud que pasó.
No quiero me digan que ya tengo edad, yo soy lo que siento en mi corazón, yo soy joven.
3. EDADES de Silvia Zanetto
Los 18 le parecían muchos: el permiso de conducir le daría alas con las que podría velejar hacia horizontes hasta ahora inalcanzables con su “Cinquecento” azul celeste.
Los 24 le parecían demasiados: acabar la carrera universitaria y lanzarse al mundo de los adultos era como entrar en un universo de niebla donde sus deseos no llegaban a materializarse.
Los 30 eran una etapa significativa: hasta los 29, esforzándose en tirar de la edad como si fuera un elástico, una podía seguir considerándose joven, pese a estar casada o tener trabajo fijo, pero aquel cero tan redondo después del tres demostraba de manera incuestionable que algo se había terminado para siempre.
Al llegar a los 40, ya se había enterado de que es más correcto decir “cuarentañera” que “cuarentona” y de que las miradas de los hombres y los piropos no eran un recuerdo para archivar.
Pero fue a los 50 cuando se dio cuenta de que ya no tendría más tiempo para gastarlo en los falsos deberes, los intereses ficticios, las relaciones hipócritas que cubrían sus jornadas como polvo letal.
Al alcanzar los 60, pensó que todavía estaba a tiempo y decidió reorganizar su vida.
A los 70, por fin, es una mujer feliz.
4. CELESTE Y GEORGE de Iris Menegoz
En la orilla de un sombreado estanque dormitaba George, un viejo sapo verde muy guapo. En realidad, no dormía. Pensaba con los ojos abiertos.
—Los años han pasado y, a mi edad, el encantamiento ya se acabó. Aunque llegue una chica y me bese en la boca, nunca me convertiré en príncipe, ni azul, ni rojo, ni gris. Una vida esperando. ¡Qué locura!
Desde el bosque se acercaba una rana paseando con su grillo a la traílla. Era Celeste, una rana encantadora con ojos azules y pestañas largas.
—¡Hola George! ¿Por qué esa cara tan triste? —Preguntó.
—Malgasté mi vida esperando un beso en la boca que habría cambiado mi vida y ahora es demasiado tarde.
—¿Te molestaría si te besara yo? —preguntó Celeste.
—No, claro que no —respondió George— pero tengo que avisarte de que no me convertiré en príncipe.
¡A mí tu príncipe de mierda me importa un bledo! —contestó Celeste besándolo en la boca con pasión—¡A mí me gustas tú!
Moraleja.
¡A veces, un beso en la boca, puede cambiar la vida a cualquiera edad!
5. LAS EDADES DE TODOS de Luigi Chiesa
No tengo una edad de niña, tampoco de grande, tengo la edad que tienen todos. El otro día me encontré con mi edad de hoy, estaba en la esquina pidiendo limosna con harapos de viejecita desaliñada, había perdido un poco la vista y apenas tenía un hilo de voz; mientras tanto, una jovencita que pasaba por allí le hizo varias preguntas.
—¿Señora, por qué está aquí? —¿Qué le pasó para encontrarse en una situación como esta? —La mujer, pobremente disfrazada de indigente para aparentar muchos más años y para hacer ostentación de su miseria, parecía que iba a tener un ataque al corazón de un momento a otro, y exhalando casi un último aliento contestó:
—¿Qué te hace pensar que pasarás por 16 años? Yo apenas llegué a la edad de once ya me miraban con cara cautivadora como si quisieran hacerme mayor de edad. No tenía un maquillaje llamativo, tampoco el caminar de tía buena, no fumaba y no decía palabrotas. Había un no sé qué de encantador que deslumbraba, en la fantasía algo insana, un dejar sin aliento, aparte, claro está, un talento natural. Ahora, los surcos que pintarrajean mi cara cuentan la historia de mi edad, una flor marchita, una seca solterona que de todas maneras tendrá que servir. Y cuando tu cuerpo haya dado ochenta vueltas al sol, tu juventud se habrá ido ya. Quedarán los sesos, la amistad, la conciencia, el pragmatismo y algunas cosas más, demasiadas, probablemente para alguien de tu edad.
6. LA EDAD DEL TIEMPO de Max Gaspari
La edad es nuestra primera y última compañera.
Nacimos con ella desde el primer instante de nuestra vida.
Antes que la edad no hay madre, ni padre, ni luz, ni aire, ni respiro.
Velo sutil. Brizna invisible. Presencia fatua.
La edad que nos hace llorar cuando, todavía en la cuna, tenemos hambre, sed o miedo.
La edad que, jóvenes, siembra nuestro camino de luz y sueños.
Con el paso de los años, la edad se convierte en una sombra discreta que ilusiona y que con su diáfana y melancólica presencia parece ausencia, y no es.
El provenir en sus manos, dejando pensar todavía en las tuyas.
Y, al final, la edad se acerca, se aprieta, se sienta al lado en el banco del parque y pone su mano encima de tus hombros, la mirada suave, una vez más fiel compañera de viaje que no abandona, que no huye nunca. Tampoco ahora.
Y, silenciosa, cierra el telón del gran teatro, controla que no haya nadie en la sala.
Y apaga la luz.
7. 1981-1991-2017 de Ana Díaz
Arrastro mi maleta hacia la salida del terminal cuando nuestras miradas se cruzan brevemente, ni pensar en fingir no habernos visto. Tampoco pronunciaremos frases de circunstancias, “por ti no pasan los años, estás igual que antes…”, ningún incongruente retumbar de palabras vacías en el silencio traicionará lo que fuimos.
Pero no hay tiempo para reflexionar sobre este encuentro que cierra con poético broche una edad lejana a la que no quiero poner adjetivos. Con una mezcla de serenidad y melancolía más un punto de orgullo, salgo del T4 en un taxi permisivo que me introduce en las entrañas de la M-40 para conducirme al punto donde enfoco ahora mis pensamientos. Lo que me trae de vuelta a mi ciudad en esta visita fugaz y casi clandestina es una cita (¿pero R. vendrá?) con una edad aún más remota y también sin adjetivos que sé de antemano que no responderá a mis preguntas y quizá me plantee otras nuevas.
¿Qué importa? Esta es también, como fueron aquellas, edad de ilusión y de ardor. De ir sin red y de pagar más tarde las consecuencias. De vivir.
8. LA EDAD de Jean Claude Fonder
—¿Qué edad tienes Abuela?
—¡Hija! ¡Eso no se pregunta a una mujer!
—¿Por qué?
—Porque se dice que la edad es el enemigo nº1 de nuestro género. Bueno, nosotras somos como las flores, frágiles y hermosas. Preferimos la seducción a la fuerza. Cuando nos damos cuenta de nuestra edad queremos convertirnos en adultas, tener tetas bonitas y curvas vertiginosas. Comer para crecer, nos dicen pero, ¡cuidado!, tenemos que frenar a tiempo, fácilmente se puede superar el punto de perfección, el exceso nunca es bueno. Cuando encontramos el amor y aparece el fruto tenemos que dividirnos, dedicarnos a él y también reconquistar una belleza más madura y sólida. Será nuestra personalidad y nuestra experiencia las que esculpirán nuestro cuerpo y sobre todo formarán un ser humano que será capaz de conseguir y regalar felicidad a lo largo de la vida. La edad del calendario, a veces, no se corresponde con la edad verdadera y puede perjudicarte.
—¡Eres una jovencita Abuela!
9 MIEDO CON CHOCOLATE de Ángela Rubbio
Fernando es abuelo.
Tiene 73 años, pelo corto blanco, ojos verdes, cara muy bonita como de actor de cine.
Mateíto, seis meses, una cabecita redonda, pelado, ojos grises, un chándal rojo, un solo calcetín, el otro detrás del sofá. Apoyado en la espalda de Fernando duerme con la sonrisa en la cara. Los antepasados habrían dicho que “duerme con los ángeles”.
Martina, una niña de cuatro, rubia, trencitas y grandes ojos negros de cervato, largas pestañas, mira fijamente a su abuelo y a su hermanito.
Fernando se da cuenta de que su nieto toca su cara con la manita para asegurarse de que no se vaya. Él es su abuelo.
En el silencio de la habitación, Martina de repente grita, llorando.
—Mamá, mamá, ven, el abuelo no duerme, mamá, el abuelo habla de chocolate.
Martina piensa en que su abuelo no duerme: le parece que la habitación huele a chocolate.
Mateíto duerme con una sonrisa en los labios.
Martina de pie en frente de Fernando, un poco dormido, lo mira sin hablar. Piensa que su abuelo no la quiere.
—Mi cielo ven aquí, tu abuelo te quiere muchísimo y no está hablando de chocolate con tu hermano. Soy viejo, cariño, y tengo mucho miedo, ven aquí. Bésame. Tú eres mi chocolate… y tus besos, mi chocolate con nata.
El miedo se fue y el aire huele a chocolate y juventud.
10. DATACIÓN de Adriana Langtry
El niño sacó el centímetro del costurero y lo desenrolló. Se dirigió a la cocina donde la abuela, emperifollada para la fiesta, cortaba con un gran cuchillo rodajas de pan.
Acercándose por detrás la abrazó e incrustando su cabecita enrulada en el trasero de la mujer trató, en vano, de pasarle la cinta de hule entorno a las anchas caderas.
Asustada por el empujón la abuela se dio vuelta protestando.
—¿Pero qué haces, niño? ¡me desarreglas toda, no ves que manejo un cuchillo, que puedo hacerte daño!
—Calculo tu edad —respondió el niño mientras levantaba el centímetro caído al suelo.
—¿Mi edad?
—Hemos aprendido en la escuela que la edad de los árboles se puede adivinar por el tamaño de su tronco.
—¡Pues yo no soy un árbol, hijo! —exclamó la abuela haciendo tintinear la mano recubierta de anillos en cuyo extremo relucía aún la hoja metálica.
—Hemos aprendido en la escuela que contando los anillos que crecen por debajo de la corteza sabemos cuántos años exactos tiene el árbol.
—Pero no soy un árbol —repitió la mujer apoyando el cuchillo en la mesada, frente al nieto.
—Acaso no me has dicho —preguntó el niño— que soy la hojita nacida de la rama de mis padres, que nacieron del tronco de los abuelos y de las raíces de nuestros muertos.
—Eso es otra cosa —sonrió la anciana— eso es el árbol genealógico. Y con calma agregó — aunque yo fuese un árbol no podrías descubrir mis anillos porque viven ocultos entorno al corazón.
El niño se quedó pensativo siguiendo el brillo del cuchillo que en la mano emperifollada de la abuela retomaba su ritmo de serrucho.
—También hemos aprendido —susurró— que cortando el tronco en rodajas…
Pero la abuela ya lo empujaba hacia el salón para soplar las velitas.
11. TENER CONCIENCIA de Graziella Boffini
¿En qué momento se da cuenta uno de que tiene una cierta edad?
Cuando empieza a tener los mismos defectos que sus padres.
No, cuando empieza a darse cuenta de ello.
12. LA EDAD de Gloria Rolfo
Para mí hay dos tipos de edad. La física la que nos trae arrugas, cabello blanco, la que nos hace perder las fuerzas y hace que nos cansemos mucho más delante a esfuerzos que antes hacíamos sin que nos costara nada. Pero si somos todavía capaces de entusiasmarnos por la cosas que non parecen justas y de enojarnos y de luchar contra la injusticias, si tenemos la capacidad y la curiosidad de aprender y conocer cosas nuevas, si somos capaces de amar y de ser felices por lo que la vida nos pueda ofrecer, entonces no somos viejos porque tenemos joven el corazón que es la cosa más importante.
13. LA EDAD de Raffaella Bolletti
Hacía unos minutos que la mujer tenía la mirada clavada en la de la hermosa chica de pelo largo y negro recostada plácidamente frente a ella. Quiso saber cuál era su edad ¡parecía tan joven! Por fin se lo preguntó a la chica que siguió mirándola a los ojos sin contestar. Salió del Prado y rumbo a su casa pasó por el hermoso parque del Retiro donde se cruzó con jubilados paseando al perro, mujeres dando un paseo sin prisa o corriendo, jóvenes estudiantes descansando al sol, recién nacidos en los carritos, unos cuantos niños jugando. En aquel enorme parque símbolo de Madrid todas las edades estaban representadas. Algunos metros delante de ella dos mujeres de pelo largo y rubio aparentemente jóvenes y bonitas, lucían ropa muy moderna y atractiva, que resaltaba sus cuerpos perfectos. Al acercarse a ellas y verlas desde el frente notó que eran mujeres maduras de rostros hinchados, sin expresión y de labios deformados. Pensó en su edad cronológica y en su edad psicológica, la que sentía tener, en su pelo gris recogido y se dio cuenta de que había aceptado el paso del tiempo como una oportunidad sin buscar una réplica de un yo que ya no existía. Pero qué agradable sería parar la edad en el momento oportuno, igual que la chica de pelo negro del cuadro de Goya.
(*).. Micro ganador