Desde que los europeos hemos empezado a tener miedo al vuelo, las compañías ya no saben que hacer para hacernos no digo subir a un avión, sino acercarnos a un aeropuerto. La estrategia más utilizadas parece ser esa de “sube a un avión y encontrarás pareja”. Norwegian Air te ofrece billetes de avión a un precio súper barato para volar a Los Angeles y consolar a Brad ahora que la Jolie ha roto con él. Pero algunos meses antes en la prensa internacional ya se podía leer un sondeo que indicaba el aeropuerto Schiphol de Ámsterdam como el aeropuerto donde hay más posibilidades de enamorarse Lo que despertó mi curiosidad, porque lo último que podría pasarme a mí, en un aeropuerto, os aseguro, es enamorarme de alguien.
Un flechazo sí, lo tuve en el aeropuerto de Zurich. Es que Swiss Air tenía esa publicidad tan bonita, “May all of your flights end with some chocolate”, que sería “Puedan todos tus vuelos acabar con chocolate” en cada rincón del aeropuerto; además te regalaban una tableta de chocolate y había tiendas de chocolate cada vez que detenía la mirada en un sitio. En fin, no sé si fue por todo el azúcar que me comí en las 2 horas que tuve que esperar antes el despegue de mi vuelo para Málaga, pero me enamoré del encargado de la tienda de Lindt.
Como uno se pueda enamorar de un desconocido en un aeropuerto presupone para mí un misterio más grande que entender la necesidad de tener 2 centros de lujo para hacerse masajes en el aeropuerto de Madrid – paréntesis: acabo de enterarme de que hay uno en el Schiphol también. Yo mi tiempo en un aeropuerto lo pierdo en la cola para embarcar la maleta, en la cola para el baño de las mujeres, en la cola para hacer los controles de seguridad, reponiéndome lo que me he quitado para hacer los controles de seguridad, en la cola para pagar el bocata con Coca Cola… Y cuando viajo con otra persona, peor, porque el tiempo de espera se multiplica por 2 si no estamos haciendo cola en el mismo sitio.
No. El amor en aeropuerto no es para mí. Y tampoco lo es el amor entre las nubes: la verdad es que soy de estas personas que se ponen histéricas horas antes de volar, y así nomás subir a un avión me entra un cansancio mortal y me duermo como mínimo un par de horas. Si el vuelo dura menos, del despegue al aterrizaje. Al pararse el avión, me despierto y me duele la cervical. Hago la cola en la cinta para la recogida del equipaje, la cola en el baño para las mujeres, la cola para encontrar un taxi. Llego a mi casa (o al hotel) y si me sigue doliendo el cuello, busco un lugar donde hagan masajes, pero que no esté en el aeropuerto, claro. Soy una mujer terrenal, yo. Prefiero los amores que empiezan en la tierra y suben después. Los que empiezan entre nubes y estrellas, me temo que sufran un downgrade de romanticismo en cuanto baje el avión. Creo que al fin son amores que en su mayoría acaban como lo de los Brangelina: con anuncio en un periódico para que venga alguien a consolarnos.