Apuntes de viaje
Austria, Salzburgo, Mozart, Viena, Mahler, Richard Strauss, Berg, Schoenberg, la secesión, Hoffmann, Horta, el Art nouveau, Klimt, Schiele, Schnitzler, Hofmansthal, Kafka… Esta enumeración define un amor nacido en Bruselas, que también es una gran ciudad del imperio Austrohúngaro. En los años 80 surge Europalia Austria: un formidable evento en el que se hacen exposiciones, conciertos y animaciones por toda la ciudad, en conmemoración de un país de Europa, Austria. Se restaura un café vienes en el Palais des Beaux-Arts, un edificio de estilo art nouveau construido por Víctor Horta, lo que originó una insaciable hambre de conocer todo acerca de esta cultura que mezclaba decadencia y renovación. Leí toda la obra de Schnitzler, fuimos a Viena y a Salzburgo numerosas veces, y cuando me trasladé a Italia por trabajo conocí Trieste, la ventana del imperio austrohúngaro que asoma al Mediterráneo.
Trieste es un raro cóctel de cultura italiana y austriaca, los habitantes de esta provincia se consideran como formando parte de una entidad que llaman mitteleuropa, término que Claudio Magris, triestino famoso, en un interesante artículo (Il fascino di una parola), define como vago y cargado de una resonancia mítica. Todo ello se percibe en el estilo de vida, en el modo de ser y en una infinidad de pequeños detalles que constituyen el encanto de esta preciosa ciudad.
Con dos amigos de Trieste planeamos un viaje por el Adriático hacia Olympia. Estuvimos en Trieste un par de días antes de embarcar. Nos alojamos en el hotel Duchi di Aosta que está en la plaza Unità d’Italia, la principal plaza de la ciudad, desde allí uno tiene la impresión de que el mar entra en ella y se deja abrazar. Un edificio histórico de estilo veneciano que se convirtió en hotel en 1873, quién sabe cuántos personajes importante habrán pasado por allí. Casanova estuvo allí algunos meses, el personal del hotel nos enseñó su habitación. Una réplica del Harry’s bar de Cipriani en Venecia, ocupa el lugar del restaurante, y qué restaurante, defiende sin duda la comparación con el original, sobre todo las dos espléndidas arañas en vidrio de Murano de sus salones.
No teníamos mucho tiempo, pero aun así fuimos al café San Marco, el café preferido de Claudio Magris, donde prácticamente le tienen reservada una mesa. Es un café histórico, de 1914, pero ante todo es un café en la concepción austriaca, es decir un lugar donde vivir, trabajar, comer, reunirse y donde tomar un café sentado para charlar con los amigos. La sorpresa, agradable, fue que un nuevo dueño había trasformado una ala en libraría.
Desde Trieste embarcamos para hacer un crucero de una semana. El barco, estaba amarrado casi en la plaza Unitá d’Italia, y cuando zarpamos, se veía como se la plaza se iba alejando. Grecia nos esperaba al final del Adriático.
El mar veneciano pasó a estar bajo la influencia de Austria cuando ésta se apoderó de la ciudad de la laguna, y poco después el imperio turco se dividió. Un largo paseo por las ciudades que conforman su orilla:
- Split (Spalato) en Croacia y el precioso palacio del emperador Diocleciano originario de esta ciudad.
- Kotor en Montenegro y su fiordo impresionante, el más meridional de Europa, llamado también las bocas de Kotor, hermosa y acogedora.
- Katacoló en Grecia, el puerto para visitar Olympia
- Corfú en Grecia, veneciana hasta las guerras napoleónicas. La ciudad es estupenda, como toda la isla, y tiene todavía huellas importantes de su pasado bajo la dominación de la república marinara.
- Dubrovnik o Ragusa en Croacia, antes de Napoléon estuvo por poco tiempo bajo el dominio de Venecia, después se constituyó en una república marinara independiente como las otras cuatro italianas (Venecia, Genova, Pisa y Amalfi). Posteriormente también ella pasó a los austriacos. Es una maravilla.
- Venecia, la Serenísima, es única en el mundo, su belleza es inagotable, cada vez que volvemos a verla nos gusta un poco más. Venecia fue fundada en el siglo V, buscándose en su particular geografía, la protección contra los ataques de los pueblos germanos. Inicialmente se encontraba bajo el gobierno del Imperio Romano de Oriente, pero poco a poco fue independizándose de él. Durante varios siglos, ya constituida en república marinare, se especializó en la navegación y desarrolló un poderío marítimo que le permitió dominar el comercio del Adriático y del Mediterráneo. De nuevo es Napoléon quien pone fin a esta gran aventura. Tras su derrota, son los austrohúngaros los que toman el puesto de los franceses.
En todas estas ciudades, excepto en Katacoló hay una indudable presencia de la arquitectura veneciana y a veces austriaca, pero se observaba también una clara voluntad de afirmar la identidad eslava de los países de la antigua Dalmacia. Esto se entiende, después de las guerras de independencias contra las potencias que les dominaron. Solo en Trieste se percibe una cierta nostalgia por la cultura de la Mitteleuropa, aunque prefiere ser italiana.
Trieste a la que finalmente llegamos, volviendo a encontrarla en la luz plateada de la mañana.