De Madrid al cielo
Un cielo coronado de incertidumbre ha dejado caer sobre esta ciudad indómita y despreocupada una nieve tenaz y persistente (pertinaz, dirían los nostálgicos) que ha hecho desaparecer, o desfigurar hasta extremos desconocidos, la propia fisonomía urbana ante la atónita mirada de sus habitantes. La ciudad, tal como la conocían ha desaparecido literalmente ante sus ojos.
La nieve tiene efectos positivos extraordinarios, y no es el menor el que durante algunas horas, o días, haya hecho desaparecer la habitual fealdad y suciedad ambiente que presiden la urbe en días claros y despejados. Ha llegado un momento en que no era posible distinguir entre una motocicleta aparcada junto a la acera del túmulo de cubos de basura mal dispuestos y adornados con sus habituales residuos de desechos en torno.
Sí, no es un beneficio infinito ni cuantificable, ni mucho menos duradero, pero permite soñar con una ciudad que soñara consigo misma, con sus oscuros misterios y sus verdades valientes. Sí, cuando desaparezca esa pintada celeste que viste la ciudad con aire de puerto hanseático y que ha igualado virtudes y miserias, volverá a aparecer ese arrabal manchego que salpicado de algunos edificios emblemáticos y preñado de mil historias aún sin contar, ostenta el pomposo y literario título de “rompeolas de las Españas” y, por ende, la capitalidad del Estado.
“Cuando vengas a Madrid, chulapa mía, te voy a hacer emperatriz de Lavapiés”. Qué bien la definió Agustín Lara. Un verso y está todo dicho. Hoy, Lavapiés es uno de los centros de poder. De poder popular. Allí no hay grandes avenidas, ni palacios, ni museos, ni ministerios y sí modestas iglesias, corralas y calles estrechas. Allí está lo más granado de la emigración reciente, de los bares étnicos, de las librerías de los que aman los libros, de los restaurantes pintados de rojo y azulejos donde se pueden leer verdades como sentencias bíblicas: “Para comer bien y barato, San Millán 4”. Allí está el poder cañí del rastro, los habituales de la pradera de San Isidro, las drogas de menudeo, los tugurios de ilegales y madrileños adoptivos que se han acogido al calor de lo popular, por muy distinto que sea del Lavapiés que cantó Lara. Allí está el poder de lo popular, que no del pueblo. Poder al que se acogen millones de turistas de todo el mundo (pandemias aparte) que después de darse un atracón de compras, museos o paseos históricos por la Villa y Corte, dirigen sus pasos hacia ese hondón que conduce al “aprendiz de río”, nuestro insólito y bien amado Manzanares, convertido hoy, por la magia tutelar del cielo, en el gran estuario de un mar interior que nunca se alcanza. Allí está la cuna del madrileñismo “preamotinado y guarnicionero”, la tierra de los manolos, las majas, los chulos, las chulapas, la zarzuela, el chotis, los churros y la verbena de S. Lorenzo. Eso sí que era contracultura, poder popular, y no lo que luego nos trajo la famosa movida con su “Madrid me mata”, vendida ya al orden higiénico de las multinacionales y la política del dinero.
Llegará un día, en breve, en que el manto de espuma y hielo que nos distrae desaparecerá, y volveremos a la anómala normalidad que gobierna el mundo: Estado de alarma, toque de queda, cifras de muertos, hospitalizados y contagiados serán la primera y casi única noticia, el recuento de vacunas y vacunados volverá a ser motivo de polémica, aparecerá la bronca permanente de los políticos que se pelean solo porque ya lo han hecho costumbre, pero sobre todo volveremos a vernos, volveremos a ver la ciudad en su triste vulgaridad, desprovista de la magia de lo boreal. Aparecerá el Manzanares con su insólita y literaria parquedad. Nadie se acordará del atrevimiento del ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli que le propuso a Felipe II unir Madrid con Lisboa mediante una canal navegable que tendría su origen en este pequeño arroyo de montaña.
Y aparecerá, más al sur, ese horrible sur de Madrid presidido por la Cañada Real, el asentamiento de chabolas más grande de Europa. Ese sur en el que se mezclan de forma alarmante el feísmo de lo “nuevo aunque pobre”, con la megalomanía de las grandes autovías y autopistas, entre las que se encierran pueblos de pobres infraestructuras urbanas, poblados chinos de materiales de construcción, antiguas industrias decaídas, poblamiento desbordado y la fea geografía que conduce al valle del Tajo, a la palaciega Aranjuez y a las desnudas tierras por las que imaginó D. Quijote sus andanzas.Sí, Lavapiés, el Manzanares, la Cibeles, las grandes conurbaciones del sur, Madrid entero, España entera se despertarán un día sin nieve que tirarse a la cara y volveremos a la cara de los problemas habituales, olvidados ya de la gran venganza del cielo que quiso poner por unos días en olvido la gran fealdad, desorden, miseria y suciedad de una urbe que siempre ha estado en deuda con su pasado, pero sobre todo con su futuro.
Arturo Lorenzo.
Madrid, enero de 2021
Muy buena reflexión. Me ha recordado a mis años por Madrid y mis andanzas…
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