Soberbia y caos

 

«…es tal el estado de cosas que en estos días hemos visto la mar por el cielo»

Conde-duque de Olivares

Rara vez me someto a la actualidad en estas Crónicas sin tiempo, pero en esta ocasión la realidad es tan surreal que no me puedo apartar de ella.

No sabía yo que el amigo murciélago estuviera detrás de todo esto.

El sueño de la razón produce montruos – Francesco Goya 1799

Una nube de pánico, terror y muerte se extiende por las tres penínsulas mediterráneas. En España e Italia en forma de plaga bíblica. En Grecia en forma de otra plaga más elaborada e intelectual: el miedo del hombre al hombre. ¿Qué buena excusa la plaga mórbida para justificar la plaga psicológica.

Un españolito, doctor laureado en epidemiología, el doctor Frenando Aranzana, que sin duda es una eminencia en lo suyo, dirige el Instituto Pasteur de Shanghái, cosa que no debe ser poco, y se halla en el epicentro de la plaga que nos afecta, en Wuhan, que a partir de ahora ocupará su plaza en la geografía universal del desastre. En esa incubadora de murciélagos que apadrinan al nefando desconocido cvid-19.

Duda el doctor, no sin ciertos motivos de base sociológica, que los españoles podamos abstenernos durante siete semanas de salir a tomar unas cañas con su correspondiente tapa de oreja de murciélago. Duda el doctor, no sin cierta razón por evidentes razones que le surten a diario nuestros políticos, que en España seamos capaces de tomar medidas tan drásticas como el gobierno chino ha tomado en Wuhan. Nuestra sociedad, con la molicie y la despreocupación que procura el bienestar, aparte de costumbres atávicas bien arraigadas, no está preparada para encajar una cuarentena colectiva. No estoy de acuerdo. Mejor dicho, estoy radicalmente en contra.

Es verdad que los políticos no ayudan. Hace apenas una semana el presidente de una Comunidad Autónoma, cuando ya se había tomado la decisión en Madrid de cerrar los establecimientos escolares, lanzó al mundo una proclama digna del Guiness: «No pienso cerrar los colegios porque unos cuantos se quieran tomar unos 15 días de vacaciones». Supongo que se habrá arrepentido.

Unos días antes, uno de esos próceres de la política neo populista de izquierdas que, según todas las evidencias, no tiene la más remota idea de lo que es una pandemia, proclamaba a todos los vientos que el corona virus en España estaba controlado. Supongo que se habrá arrepentido.

Pero en fin, nada parecido a la autorización de las marchas multitudinarias del 8M cuando ya todos sabíamos que el lobo estaba en el gallinero. Todo por un supuesto rédito político que puede pasarles una factura nada desdeñable. Y, para más INRI, todavía sale algún político de peso después y dice que, a tres días de declarar el estado de alerta nacional, las marchas no se prohibieron porque no había evidencias. ¿…? Con políticos así no necesitamos política.

Pero, con su permiso, doctor Arenzana, no estoy de acuerdo con su análisis del comportamiento de la sociedad española en casos de crisis. El pueblo español ha demostrado en sobradas ocasiones saber lo que es el compromiso y la solidaridad cuando vienen mal dadas. No es ajeno a ello el hecho de que España sea el primer país del mundo en donantes de órganos. No es ajeno a ello la solidaridad mostrada en las distintas catástrofes que han asolado el país en los últimos años, y tengo en especial estima aquella que se produjo con motivo del desastre del Prestige. Se creó un movimiento ciudadano de auxilio a los afectados que fue la admiración del mundo. No me quiero referir a la solidaridad, en el dolor, que se produjo con motivo de los atentados del 11M, porque quizá no venga al caso por no ser asunto de la misma naturaleza. Pero desde que desde el Gobierno se han empezado a dar instrucciones claras, la sociedad está respondiendo, a pesar de las torpezas de innumerables ciudadanos que todavía no se hacen eco de la gravedad, precisamente por los titubeos y dilaciones de la autoridad competente.

El cvid-19 es el hombre invisible de esa leyenda popular que cuenta que habita entre nosotros pero no sabemos quién es ni dónde está hasta que un día, de repente, el verbo se hizo carne: se presenta, nos invade y nos mata.

No sabía yo, doctor Arenzana, que el amigo murciélago, ese repugnante ratón con alas, fuese el hombre invisible, capaz de vencer en su cuerpo al virus pero transportarlo y servirlo para que directa o indirectamente nos llegue a los pobres mortales, como si no tuviéramos otra cosa en qué ocuparnos.

Siempre he sentido horror por esa bestezuela negra y salvaje. Quizá fue el iluminado sueño de la razón de Goya lo que despertó mi temprana fobia por ese ser indigno. D. Francisco representa a los monstruos de la razón en forma de murciélagos y alimañas semejantes. Un visionario, sin duda.

Creo también, a mi pesar, que el murciélago tiene su lado benéfico. De hecho, los ciudadanos de Milán, capital de Lombardía, tan ferozmente atacada por el virus tras el brote de Wuhan, apadrinan a los murciélagos en forma de nidos prefabricados que, vía Ayuntamiento, instalan en las ramas de los árboles de los innumerables y maravillosos parques de la ciudad lombarda. El agua, la abundante vegetación, el calor y su baja cota con respecto al nivel del mar hacen de Milán teatro de operaciones perfecto para estos vampiros de baja intensidad que se liquidan en sus distintas pasadas cientos de miles de esos despreciables seres de vuelo con zumbido de reactor y picadura de cobra: los mosquitos. Así pues, gracias a esa «infame turba de nocturnas aves», los milaneses pueden salir a disfrutar del frescor de sus parques las húmedas y pegajosas tardes de primavera sin miedo a picaduras indeseables.

No sé si en España hemos necesitado de murciélagos o el virus nos llegó en la mocarra del pañuelo de un turista. El caso es que ahora la sociedad española se enfrenta a un reto para el que, según el doctor Arenzana, no está preparada. Si no lo está, la fuerza de los hechos la va a preparar si la cifra de afectados y muertos sigue creciendo de forma exponencial. Con tantos y tan apretados enemigos que tiene el español moderno, viene ahora a sumarse este desaforado bicho desconocido que alberga en sus barbas la «infame turba» de murciélagos, empeñada en hacernos a todos muertos por vía rápido/respiratoria.

Si la polvareda de esta peste sirviera para limpiarnos la verdadera peste de la «infame turba» de políticos timoratos, indecisos y cobardes, tal vez la diéramos por bien empleada. Esta guerra sin sangre nos ha venido a sorprender a todos con la guardia baja, con la que vivimos habitualmente, tan mimados como estamos por los propios logros de la sociedad del bienestar.

No obstante es lógico que en ocasiones así, como decía el poeta, «nosotros, que aspiramos a una felicidad siempre creciente, sintamos que la emoción nos anonada cuando algo feliz se derrumba».

Arturo Lorenzo.
Madrid, marzo de 2020