Imposible dormir. A las dos, cogemos el coche y nos vamos en la profundidad de la noche. Dirección Londres. No será la última vez que reaccionemos así al miedo de la salida. Nos acabábamos de casar, otra locura. En 1965, era la mejor manera de escapar de la tutela de los padres. Teníamos 21 años, estábamos enamorados. Mi padre me había regalado un viejo Ford Taunus para aprender a conducir. Ya casados queríamos disfrutar de nuestra libertad, toda nueva. Habíamos escogido Inglaterra. Para nosotros de Liejas, estaba lejos y próximo a la vez, otro mundo. Era la época de las minifaldas, de los Beattles y de Carnaby street.
Me cuesta conducir por la noche, es la primera vez. Decidimos pasar por Francia para atravesar la Mancha en Calais. No hay autopistas, somos libres. Progresivamente me tranquilizo. A estas horas, no hay mucho trafico, el coche es fácil de manejar, tres velocidades al volante, mi joven esposa pone su cabeza sobre mi hombro, pero no quiere dormir.
En un bar en Calais, los “cafés crèmes” con cruasanes calientes nos dejarán un recuerdo inolvidable. La blancura brillante de los acantilados de Dover al salir el sol, nos atrae. Afortunadamente la travesía es corta. Al volante de mi viejo birimbao desembarco cuidadosamente. Un tablero nos recuerda que habrá que conducir a la izquierda …
¡Inglaterra, allá vamos!
