—¿Sustituirte?¿Para qué?
Juan es mi hermano gemelo. Somos iguales. Chicos, nos ocurría a menudo aprovechar esta asombrosa similitud para burlarnos de nuestros amigos y profesores. Hasta nuestros padres podíamos engañarles. Nos obligaban a vestirnos y peinarnos diferentemente para impedir estos chistes que divertían sobre todo a nosotros, pero al convertirse en adolescentes dejamos estos juegos pueriles para encontrar cada uno nuestra personalidad, buscar nuestro camino en la vida.
—¿Mañana? Mañana es el día de la boda, tu boda con Valentina. Tu quieres que me case en tu lugar. Sí, entiendo, que te sustituya, pero ¿por qué?
Mañana Juan se casa con Valentina Flores de Malgas Moreno, una familia importante. Juan me ha invitado. Trabajo en nuestra embajada en el Vaticano. No conozco a su novia, pero he visto su foto en la prensa y me parece una mujer muy hermosa. ¿Qué me está tramando mi hermano otra vez?
— Lo sé que estás con Adriana, pero tienes que dejarla ¿no? ¿Una última noche en Paris? ¡Eres loco! Y soy yo que ti tiene que inventar una excusa para llegar retrasado a la fiesta que los padres de Valentina están organizando en su finca en Malaga. No lo puedo creer.
Entonces, llegué a Malaga el día anterior a la ceremonia y tomé una habitación en el gran Hotel Miramar. Juan me había enviado una foto suya y también una de su novia con todo lo que tenía que saber de ella. Por suerte, no la había frecuentado mucho durante el noviazgo, era un matrimonio de conveniencia. Juan vivía en Paris y Valentina en Malaga y a su familia le importaban respetar las costumbres en uso en el mundo aristocrático andaluz. Cuando encontré a mis padres en el hotel la mañana antes de la ceremonia era Juan, mi madre no tenía duda.
Entramos a la iglesia, mi madre con un vestido de seda azul oscuro y un sofisticado sombrero rosa con flores blancas, era majestuosa y yo, con traje de boda de lana gris, chaleco y corbata de de seda gris clara, parecía al principe heredero. Llegamos al altar, mi madre tomo sitio en la prima fila y me volté hacia la puerta para esperar a la novia al brazo de su padre. Mendelssohn solemne retumbaba en todo el edificio lleno de gente.
Valentina era una mujer encantadora. Su vestido blanco resaltaba en contraluz delante de la puerta de la iglesia. Su padre vestido todo de negro la acompañaba como si fuera el Gattopardo, y, con su falda acampanada de tul vaporoso, ella parecía deslizarse con elegancia hacia mi. Una delicada encaje transparente recubría su corpiño, sus espaldas y sus brazos y dejaba entrever un escote generoso adornado con un precioso collar de oro. Se entregó a mi con una larga sonrisa.
Pronuncié el sí sin ningún hesitación, ella también y por fin nuestros cuerpos se conocieron en un beso largo, profundo y liberador.
El día después Juan llegó a medio día, pero ya estábamos en un avión que nos llevaba al final del mundo.