
olo alguien que no tiene ni siquiera el consuelo de la esperanza se revuelve y destruye el primer objeto que se encuentra, ya sea mobiliario urbano, motocicleta del vecino, escaparate del pequeño comercio o incluso la vida del agente policial. Cabe preguntarse si haría lo mismo si se tratase de su hogar familiar, por modesto que fuese, o de la cueva insalubre que comparte con colegas tan desclasados como él en la que atesoran sus sueños de anarquía y libertad.
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